COVID-19

¿Cómo puede América Latina combatir a la pandemia?

Una mujer indígena distribuye ayuda donada a familias de la comunidad durante el brote de la enfermedad coronavirus (COVID-19), en la Asociación de Mujeres Indígenas Satere Mawe en Manaus, Brasil, el 24 de abril de 2020.

Una mujer indígena distribuye ayuda donada a familias de la comunidad durante el brote de la enfermedad coronavirus (COVID-19), en la Asociación de Mujeres Indígenas Satere Mawe en Manaus, Brasil, el 24 de abril de 2020. Image: REUTERS/Bruno Kelly - RC28DG9XNEQQ

Eric Parrado
Chief Economist; General Manager, Research Department, Inter-American Development Bank
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  • El número de casos registrados de coronavirus superó ayer 27 de abril los tres millones
  • En América Latina, en donde la epidemia se ha propagado especialmente a partir de la segunda quincena de marzo, el país más afectado por ahora es Brasil, con casi 62.000 casos registrados a fecha de ayer 28 de abril.

América Latina y el Caribe, al igual que el resto del mundo, afronta un desafío como ningún otro en su historia moderna. El coronavirus, sin vacuna ni cura que logre frenar su propagación, hasta finales de abril ya había azotado a todos los continentes, contagiando a más de 2,7 millones de personas y acabando con la vida de más de 190.000. A falta de medidas contundentes en materia de salud, este virus podría haber causado la muerte de 3,2 millones de personas en nuestra región. Pero cabe reconocer que la mayoría de los países en América Latina y el Caribe han reaccionado con la seriedad que exige la amenaza, aplicando cierres parciales o totales, con cierres generalizados de negocios, restricciones de viaje y otras medidas necesarias para detener la propagación del virus y evitar mayores daños económicos.

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No obstante, nada minimizará los costos que indefectiblemente la región tendrá que sufragar. Ya de por sí debilitada por un crecimiento prácticamente nulo en 2019 y una lenta recuperación del 1,6% estimado en 2020 antes de la llegada de la pandemia, América Latina y el Caribe podría sufrir este año una tasa de crecimiento de entre el -1,8% y el -5,5%, dependiendo en gran medida de la magnitud de los daños que se registren en Estados Unidos, Europa y China, según analizamos en nuestro Informe macroeconómico de América Latina y el Caribe 2020: Políticas para combatir la pandemia. Hasta ahora, los escenarios de crecimiento plausibles se inclinan hacia el extremo inferior de este rango para la región. Se espera que las economías más grandes sufran considerables pérdidas en su PIB, y que en nuestra región, al igual que en otras, los daños serán generalizados. Considerando solo el shock externo de demanda, la caída de los precios de las materias primas, la disminución de las remesas, la falta de actividades turísticas y el shock de comercio y de los mercados financieros, la región sufrirá una recesión significativa con repercusiones importantes en los equilibrios fiscales y tensiones reales en las divisas y otros indicadores monetarios y financieros. Estamos viviendo una triple parada súbita de la movilidad humana, el comercio y los flujos de capital.

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Lo que queda claro es que esta será una recesión como ninguna otra, ni en sus repercusiones ni en las medidas correctoras requeridas. Si bien estimular la demanda mediante una política fiscal y monetaria contracíclica es un mecanismo que resulta valioso en una típica desaceleración económica, hay que adaptarlo de forma inteligente en un momento en que el distanciamiento social exige prácticamente paralizar la actividad empresarial a fin de proteger la salud pública. En vez de ello, los gobiernos deben adoptar políticas que, por un lado, permitan a quienes han perdido su fuente de ingresos comprar alimentos y otros artículos de primera necesidad y, por el otro, reduzcan al mínimo el número de empresas que despiden a sus trabajadores y se ven obligadas a cerrar. Dichas políticas podrían implicar transferencias monetarias temporales, pero bien dirigidas a las familias, ya sea que estén en el sector informal o no, prestando especial atención a las personas pobres y vulnerables. Podrían suponer un alivio temporal para las empresas, incluyendo retrasos en el pago de los impuestos y créditos subsidiados, con la posibilidad de que sean condonados siempre y cuando las empresas demuestren no haber despedido a sus trabajadores. Y definitivamente, supondrán la adopción de medidas significativas por parte de los bancos centrales para reducir las tasas de interés y garantizar que tanto los hogares como las empresas puedan acceder a préstamos asequibles. Pero en primer lugar y, ante todo, los gobiernos tendrán que invertir en el sector de la salud para evitar la saturación de los hospitales y garantizar que sus trabajadores cuenten con el equipo adecuado. Es probable que esto deba financiarse mediante una mayor eficiencia; renunciando a otros gastos a través de un mayor endeudamiento, en la medida de lo posible, o a través de mecanismos excepcionales de financiamiento temporal.

Es posible que los países de América Latina y el Caribe tengan que hacer más con menos. La región no puede darse el lujo que se dan las economías avanzadas capaces de utilizar grandes programas fiscales para apoyar sus economías durante períodos prolongados sin amenazas significativas para la estabilidad económica. Al contrario, hay que identificar eficiencias tanto en los ingresos como en el gasto público, y ahorrar recursos para transferirlos a los sectores de máxima prioridad. Algunos países, aunque no todos, podrán acceder a los mercados y obtener créditos sin sacrificar su sostenibilidad, pero tendrán que afrontar mayores costos de financiamiento. Los bancos comerciales, cuya mayoría cuenta con importantes reservas de capital y liquidez, podrían desempeñar un papel importante en el mantenimiento de líneas de crédito y el aumento de liquidez que necesitan las empresas. Hay que actuar con cautela para garantizar que los bancos mantengan normas prudenciales adecuadas.

Image: Statista

La buena noticia es que América Latina y el Caribe salió relativamente bien librada durante la crisis financiera mundial de 2008/2009, logrando evitar la inestabilidad financiera y, en general, alcanzando una rápida recuperación. Algunos países respondieron a ese shock con una expansión fiscal que elevó sus niveles de endeudamiento, pero posteriormente muchos de ellos entraron en una fase de ajuste en aras de recuperar el espacio fiscal. La mayoría de los países de la región también han establecido bases monetarias sólidas con un bajo nivel de inflación y tasas de interés relativamente bajas. Los sectores bancarios en general son fuertes, y la mayoría de los países han aumentado su nivel de reservas. En resumen, la región ha demostrado su resiliencia y su capacidad para aplicar sólidas políticas monetarias, financieras y fiscales. Todo esto será fundamental para determinar la tenacidad de la región ante la calamidad actual.

Además, la comunidad internacional está disponible para ayudar. Tanto el FMI como el Banco Mundial y, a su vez, el Grupo BID, han anunciado financiamiento adicional para los países prestatarios. El Grupo BID anunció recientemente que este año habrá un monto adicional de US$3.300 millones en recursos disponibles para desembolsos adicionales, lo que significa que el programa de préstamos 2020 alcanza unos US$12.000 millones, con US$5.000 millones adicionales de BID Invest para apoyar el sector privado. La Reserva Federal de Estados Unidos ha ampliado las líneas swap para proporcionar liquidez en dólares a algunas de las economías emergentes más grandes, entre ellas Brasil y México. Otros países han establecido líneas swap o de crédito con países como China.

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Solo el futuro dirá si será posible desarrollar vacunas o medicamentos terapéuticos contra el Covid-19 o si el distanciamiento social, el clima u otros factores serán los que finalmente logren dominar el contagio permitiendo que la población de la región y del mundo pueda regresar al trabajo. Cualquiera que sea el caso, las políticas oportunas y prudentes que América Latina y el Caribe está aplicando ahora pueden marcar la diferencia garantizando la estabilidad económica y financiera y asegurando la integridad de la capacidad de producción básica de las economías de sus países.

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