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Luces y sombras de la economía portuguesa

A man walks with his dog outside Bank of Portugal in downtown Lisbon, Portugal, February 21, 2017.  REUTERS/Rafael Marchante - RTSZYAQ

Image: REUTERS/Rafael Marchante

Alejandro C García Cintado
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La economía portuguesa parece estar de nuevo en funcionamiento. Según las proyecciones de marzo del Banco de Portugal, la tasa de crecimiento económico prevista para 2017 es de 1,8% (1). Para los dos años siguientes, 2018 y 2019, el instituto emisor portugués espera que la economía crezca 1.7 y 1.6%, respectivamente. Este mayor vigor económico se está trasladando a la creación de empleo.

El crecimiento del PIB en este primer trimestre, en relación al primero del año pasado, ha sido del 2.8%, debido principalmente a la mayor contribución neta del sector externo. Fuente: INE

En efecto, la tasa de desempleo va a caer este año por debajo del 10%, pudiendo llegar a ser menor del 8% en 2019. En el lado externo, uno de grandes caballos de batalla de la economía portuguesa en las últimas décadas, la brutal devaluación interna a raíz de la crisis de 2008 ha transformado los insostenibles déficits por cuenta corriente del 10% sobre el PIB en superávits del orden del 1% (1.0 en 2017, 1.1 en 2018 y 1.2 en 2019, según previsiones del Instituto Nacional de Estadística y el Banco de Portugal). A consecuencia de ello, la Posición de Inversión Internacional Neta (PIIN) ha mejorado 7 puntos porcentuales del PIB, si bien continúa estando en un nivel negativo relativamente alto (-105% PIB). Por último, en relación a la parte fiscal, los sucesivos gobiernos, bajo la estrecha vigilancia de la Troika, se han esforzado en reducir los abultados déficits públicos resultantes de la profunda recesión económica a niveles confortablemente por debajo del límite máximo del 3% (El FMI estima que el valor medio en los próximos años rondará el 2%. El Programa de Estabilidad del Gobierno, significativamente más optimista, prevé que el país tenga un superávit fiscal en 2020).

Sin embargo, esta política fiscal más virtuosa no ha impedido que la deuda pública haya continuado creciendo y se haya situado recientemente por encima de 130% del PIB. El gobierno espera, no obstante, poder estabilizarla este mismo año y comenzar a reducirla a partir del año que viene. Está claro pues, que las cosas están mejorando en el terreno económico para nuestro país vecino. Y, como suele suceder en estos casos, según sea la posición ideológica del analista, el mérito de tal mejora se le atribuye al gobierno preferido por aquél, sin importar realmente si tal asociación carece de fundamentos o no. En esta línea, últimamente han surgido columnas y comentarios apuntando al gobierno de izquierdas de António Costa como responsable último del mayor brío económico en su país, lo cual se ha aprovechado de manera oportunista para vaticinar un mejor desempeño económico en el caso en que un gobierno de izquierdas llegase al poder en España.

Hay que señalar que el gobierno socialista de Costa ha sido autor hasta el momento de pocas (o ninguna) reformas estructurales con potencial para elevar el crecimiento tendencial de la economía portuguesa y crear un círculo virtuoso de mayor confianza en el futuro, mayor consumo e inversión y más producción y empleo. Sus únicas medidas de política económica adoptadas en el año y medio que la coalición de partidos de izquierda lleva en el poder se han limitado a la anulación de ciertos cambios impositivos y recortes de gasto públicos urgentes implementados con carácter temporal como exigencia de la Troika para cumplir con las metas fiscales.

En este sentido, el actual primer ministro ha sido congruente con sus promesas electorales y ha comenzado a revertir la austeridad fiscal impuesta por su predecesor en el cargo, Pedro Passos Coelho. Pero es de justicia otorgarle todo el mérito del bing bang reformista, alabado hasta la saciedad en foros internacionales e instituciones financieras (FMI, OCDE, Davos,…), al gobierno anterior: reducción de las indemnizaciones por despido improcedente, introducción de mayor competencia en los mercados de bienes y servicios, reorganización del sistema judicial, privatizaciones y concesiones, etc. Muchas de estas reformas estructurales han sido mantenidas por el nuevo gobierno a la espera de un estudio pormenorizado de sus costes y beneficios. No es de extrañar por ello que Portugal sea hoy día un país con un clima para hacer negocios significativamente más amigable que el de España.

Pero hasta aquí las buenas noticias para la economía lusa. Los riesgos que acechan a nuestro país vecino son variados:

  • En primer lugar, los tipos de interés que paga la abultada deuda pública portuguesa son más altos que aquellos a los que tienen que hacer frente otros gobiernos de la periferia europea (España, Italia, Irlanda,…). Así, el endurecimiento monetario de la FED estadounidense y el abandono paulatino de la política de compra de títulos públicos portugueses por parte del BCE pueden conllevar un encarecimiento excesivo de la deuda del país que reduzca los recursos públicos destinados a políticas sociales y de fomento de la productividad.
  • En segundo lugar, el sistema bancario continúa frágil, con una proporción de créditos morosos demasiado alta, sin que se haya llevado a cabo una limpieza profunda à la española. La importancia de tener un sistema financiero ágil que canalice los ahorros hacia las mejores oportunidades de inversión no puede ser subestimada.

Ricardo Reis, Catedrático de Economía de la LSE y de Columbia, ha escrito bastante en los últimos años sobre las consecuencias negativas que la mala asignación de recursos resultante de un pobre funcionamiento de este sector crucial ha tenido para la productividad total de los factores. La tesis de Reis es que Portugal fue el único país del sur de Europa que no vivió un boom económico desde 2000 en adelante, tras la fuerte entrada de capitales en estos países, debido a la ineficiencia de los mercados de capitales del pequeño país ibérico. Estos influjos de capitales se canalizaron hacia empresas del sector no comercializable, que suelen ser más pequeñas y menos productivas que las del sector comercializable. Como consecuencia, la productividad media de la economía se desplomó y el tipo de cambio real se apreció. Sólo muy recientemente, los costes laborales unitarios han comenzado a caer (2).

Esta consolidación fiscal exitosa a la que aludimos en el comienzo del artículo ha estado basada en realidad en medidas excepcionales a las que no se puede volver a recurrir en el caso en que haya que corregir el rumbo fiscal. Por último, aunque la economía portuguesa se ha abierto al exterior de manera significativa en estos años de intensa devaluación interna, todavía continúa siendo una economía relativamente cerrada, sobre todo si tenemos en cuenta su pequeño tamaño. En este sentido, el brexit y las presiones proteccionistas derivadas de nuevos líderes como Donald Trump no parecen que vayan a favorecer este necesario proceso de intensificación de la apertura de la economía portuguesa.

(1) El INE portugués acaba de publicar una nota informativa en su página web en la que se adelanta que el crecimiento del PIB en este primer trimestre, en relación al primero del año pasado, ha sido del 2.8%, debido principalmente a la mayor contribución neta del sector externo.

(2) Otra razón que Reis piensa que puede explicar esta ausencia de crecimiento económico en la primera mitad de la década de 2000 es una errónea política fiscal, consistente en aumentos pronunciados de impuestos para financiar promesas demasiado generosas a los pensionistas.

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