Cuando el largo y el corto plazo se abrazan

A cyclist passes the U.S. Federal Reserve in Washington October 12, 2016. REUTERS/Kevin Lamarque - RTSRYC2

Image: REUTERS/Kevin Lamarque

Manuel Alejandro Hidalgo Perez
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Desequilibrios económicos globales

Janet Yellen, presidenta del Sistema de Reserva Federal de los Estados Unidos, ha tocado a rebato. La responsable de la política monetaria del país del dólar considera insuficientes los modelos económicos actuales para comprender cómo las recesiones pueden tener efectos no solo en el corto plazo, sino además en el largo plazo. Para ella, así como para muchos economistas, es necesaria una nueva agenda de investigación, que permita comprender cómo un intensa caída de la demanda puede afectar a la deriva de una economía en el largo plazo.

En macro 101 explicamos a los alumnos que las economías a corto plazo se rigen por los vaivenes de la demanda y oferta agregadas. Esto es, una explica cómo las variaciones del consumo, de la inversión, del gasto público y de la demanda exterior pueden afectar a la renta, los precios y los tipos de interés. La segunda cómo se transmite de nuevo a la renta y demás los cambios en los precios de las materias primas, las reformas de los mercados y de las relaciones laborales, la negociación salarial, o cambios en la imposición de la producción o de la contratación, entre otras muchas cosas. Desde hace años, muchos han intentado distinguir entre shocks a la demanda y shocks a la oferta para identificar cuáles de ambos explican mejor la evolución de las economías a corto plazo. Lo que la evidencia nos muestra es que son los impulsos en la demanda agregada los que gobierna principalmente los ciclos económicos (aquí un ejemplo). Es decir, las variaciones de las expectativas así como los cambios en las direcciones de las políticas fiscales y monetarias pueden condicionar la evolución en el corto plazo de una economía.

Por ejemplo, la crisis financiera de 2008, con una elevadísima repercusión tanto en el consumo como en la inversión, ambos componentes de la demanda, gestaron la recesión de 2009, la más intensa conocida desde 1929. En aquellos países donde tanto la política monetaria como la fiscal respondieron rápida e intensamente al shock de demanda, la salida de la recesión fue igualmente más rápida e intensa. Por el contrario, en países donde la política monetaria fue más dubitativa e incluso contraria a lo que los manuales de economía indican (recuerden subida de tipos en la UME), y donde la política fiscal fue austera desde 2010, experimentaron una segunda recesión de la que solo la reversión de dichas políticas permitieron cerrar.

La oferta y demanda agregadas son usadas de este modo para explicar los ciclos económicos en producción, empleo e inflación. Sus efectos, el de los shocks en cada uno de estos agregados, se suponen temporales. Algunos son más o menos inerciales, pero los modelos indican que tarde o temprano se alcanza el estado “natural” de la economía. Dicho estado natural o potencial, independiente del ciclo, puede describirse como la tendencia habitualmente creciente que sigue una economía a largo plazo, y que sólo depende de factores estructurales, tales como el ahorro, la inversión, el cambio tecnológico, la educación y la demografía.

Como se ha comentado, lo que hasta ahora se explicaba en diferentes cursos de macroeconomía (desde la simple introducción hasta la macroeconomía más avanzada) es que ambos mundos están separados. El crecimiento a largo plazo, como se ha dicho, viene marcado por elementos que no responden a vaivenes coyunturales, mientras que los ciclos son solo reflejos de variaciones de la producción a lo largo de dicha tendencia. Algo así como un dueño que pasea a su perro. El dueño es la tendencia mientras que el perro actúa como un ciclo al mecerse de un lado a otro de su amo de forma periódica y repetitiva. Sin embargo, lo que la reciente evidencia nos dice, es que a veces, al parecer, el perro tira del dueño y le obliga a cambiar de rumbo.

Larry Summers y Antonio Fatás acaban de publicar un trabajo donde estiman cómo el shock de demanda de 2008-2009 pudo afectar a la tendencia a largo plazo de las economías estadounidense y europea, y no solo obligándola a cambiar de rumbo, sino además, disminuyendo su tasa de crecimiento. En este sentido, existe una relación muy estrecha entre el corto y el largo plazo. Básicamente, lo que viene a decir esta evidencia es que una profunda recesión no sólo tiene efectos en el inmediato presente, sino que condiciona negativamente el largo plazo, los siguientes años, incluso una vez la crisis haya sido superada.

Fuente: Fatás, A., & Summers, L. H. (2015). The permanent effects of fiscal consolidations. NBER WP, 22734

Investigar esta relación es lo que la señora Yellen ha pedido en una de sus últimas intervenciones. Y razones para entender que esta relación existe no escasean. Muy resumidamente explicaré algunas de ellas, no todas las imaginables, pero sí las más evidentes con las que pretendo ejemplificar cómo el corto y el largo plazo pueden estar irremediablemente enlazados.

En primer lugar, una recesión supone acelerar la obsolescencia del capital, tanto físico como especialmente humano. Está demostrado que un trabajador que permanece en el desempleo por un tiempo considerable pierde habilidades para desarrollar tareas. La justificación de las políticas activas de empleo (no las españolas, sino las de verdad, las que hacen otros países algo más al norte de los Pirineos) es evitar precisamente una elevada obsolescencia del capital humano. Todos sabemos que este es primordial para el crecimiento a largo plazo. Por lo tanto la obsolescencia limita el crecimiento futuro.

En segundo lugar debilita las oportunidades educativas de una parte de la población. Las condiciones socioeconómicas tienen una especial influencia sobre las oportunidades educativas de una parte considerable de la sociedad. Un empeoramiento de las mismas limita la capacidad presente y futura de adquirir una adecuada educación por parte de muchos. De este modo es factible pensar que una recesión terminará por influir en el futuro laboral de dichos grupos poblacionales así como para el conjunto de la sociedad.

En tercer lugar eleva la desigualdad, y que como todos sabemos por trabajos del FMI y de la OCDE, cuando esta alcanza ciertos niveles elevados reduce el crecimiento a largo plazo.

En cuarto lugar, aumenta la precariedad del empleo. Numerosos trabajos han encontrado un efecto “stepping stone” entre las generaciones más jóvenes. Está demostrado que aquellos que acceden a un mercado de trabajo justo durante una crisis económica van a tener una tara que van a arrastrar el resto de su vida profesional. Por ejemplo, estos trabajadores van a obtener un salario inferior a sus compañeros que accedieron en mejores condiciones una vez controlado por el resto de variables observadas. La explicación es la pérdida de oportunidad en sus primeros años laborales de adquirir la adecuada experiencia o de encontrar las mejores opciones laborales que en una época de expansión sí hubieran podido tener.

Reduce la I+D+i, lo que posterga innovaciones que pueden mejorar la productividad. Eleva excesivamente el ahorro, reduciendo considerablemente el consumo y reduciendo a su vez las oportunidades de negocio a medio y largo plazo y por ello de inversión. Etc, etc, etc.

Como ven existen muchas razones para considerar la existencia de una relación muy estrecha entre el corto plazo y el largo plazo. En este sentido, la agenda de investigación debe diseñarse para que todos los puntos anteriores y muchos más que pueden aparecer sean testados e incorporados en los modelos macroeconómicos. De este modo permitiremos no sólo avanzar en el conocimiento de la macroeconomía sino además en otorgar herramientas útiles para el diseño de políticas económicas más eficientes y óptimas en la lucha contra el ciclo y que favorezcan el crecimiento a largo plazo.

Manuel Alejandro Hidalgo Pérez es profesor de economía Aplicada de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla

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