¿Cuánto sacrificarías para cambiar el mundo?

Sarah Mavrinac
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Por experiencia propia sé que lanzar un emprendimiento social y hacer que crezca –incluso algo tan modesto como mi escuela de micro-negocios, Aidha– no es una proeza pequeña. Pero construir una organización como el hospital oftalmológico Aravind Eye o BRAC que les ayuda a los pobres, o Doi Tung, que se ha vuelto la “incubadora” social de Tailandia y la cual fomenta nuevos negocios … esas son proezas mayores. Eso es cambiar el mundo fundamentalmente.

Dada la escala del reto, me resulta inquietante que haya tanta ingenuidad, incluso en el mundo corporativo, acerca de las ventajas y las desventajas que esto implica. Recuerdo haber escuchado a una ejecutiva en responsabilidad social corporativa asesorar a un estudiante de maestría en administración de empresas que estaba tratando de elegir entre dos trabajos, uno en una organización sin fines de lucro y el otro en una corporación de consulta estratégica. La ejecutiva le recomendó que no aceptara ninguno de los dos y que iniciara él su propia empresa de emprendimiento social. Con tu propia empresa, le sugirió, lo puedes tener todo: volverte rico y  ayudar a los pobres.

¿En verdad es así de fácil? ¿Todo lo que se necesita es la intención de “hacer el bien a la vez que uno se enriquece”, y no preocuparse por los sacrificios que uno debe hacer? Lograr que cualquier organización genere ingresos, sobre todo una que esté subsidiando sus productos e innovando en nuevos mercados (o, incluso más fundamentalmente, creando nuevos mercados), no es algo para los débiles de corazón. Es algo que requiere de un liderazgo excepcional. Establecer una empresa de emprendimiento social sustentable significa tomar decisiones difíciles y hacer sacrificios. Y la mayor parte del sacrificio es de índole personal.

No se trata tanto del bajo salario o las limitadas prestaciones laborales. Uno de los primeros y más básicos sacrificios de los emprendedores sociales radica entre el dinero y el significado social. Para todo emprendedor social serio –para todo aquel que en realidad quiere tener un impacto positivo– el significado social triunfa. Ni una sola vez, durante los cinco años que he estado colaborando con la Fundación Schwab, me he encontrado con un emprendedor social que de verdad se arrepienta de sus finanzas. Eso no significa que no reconozcamos los costos de la oportunidad ante nosotros o que no disfrutaríamos teniendo un poco más de lujos, o incluso seguridad económica. Pero nuestro propósito es claro. Para la mayoría (¿podría decir para todos?) de los emprendedores sociales Schwab, los sacrificios financieros son cuestión de poca importancia … al menos cuando nosotros mismos asumimos el costo.

No obstante, cuando los sacrificios afectan a otras personas, como nuestras familias, es mucho más difícil. No es tan fácil creer que para salvar el mundo vale la pena arriesgarlo todo cuando “arriesgarlo todo” incluye darles menos a nuestros hijos. Cuando podemos asegurarnos de que las personas pobres de una aldea tengan acceso a agua limpia, elegir un mejor apartamento para uno mismo no es una opción viable. ¿Pero estaríamos dispuestos o deberíamos estar dispuestos a arriesgar la educación universitaria de nuestros hijos?

Decisiones como esta en raras ocasiones son claras y tomarlas puede ser una cuestión agonizante.

Pero los emprendedores sociales Schwab sí hacen estos sacrificios, y los hacen todo el tiempo. Y yo me quedo verdaderamente pasmada con la facilidad con la que los hacen. Ellos tienen mucho que enseñarnos acerca de la innovación, de cómo efectuar cambios, de cómo salvar el mundo, y sobre todo nos pueden enseñar lecciones sobre la administración simple. Los emprendedores sociales sofisticados pueden enseñarnos no sólo cómo confrontar las ventajas y las desventajas de esta profesión, o cómo reconciliarlas, sino, y lo cual es más importante: cómo superarlas.

¿Cuál es su secreto? ¿Qué es lo que hace su compromiso algo tan real y contundente? Virtualmente todos los emprendedores sociales que he conocido son personas de fe, pero no necesariamente de una fe religiosa en particular. Ellos creen profundamente en la humanidad y su valor innato. Por lo general, la suya es una una filosofía “ubuntu”, una creencia que cada uno de nosotros existe en relación a otro. Yo existo porque tú existes. Existimos como un colectivo.

Saber que somos entes sociales no es inusual en sí, claro está. Incluso en la sociedad más individualista reconocemos nuestro yo en relación a los otros. Pensemos por un momento acerca de muchos de los términos que usamos para describirnos a nosotros mismos. Yo, por ejemplo, soy madre, esposa, hermana, hija, amiga, líder y maestra. Estas son identidades en relación a los demás. Para muchos emprendedores sociales Schwab, la felicidad radica en el trabajo de mejorar las vidas de otras personas. Sus vidas son más ricas y felices porque han enriquecido y alegrado las vidas de otras personas.

Para algunas personas, esto no pasa de ser retórica existencial. Pero yo creo que esto es una manera poderosamente diferente de pensar y ser. Y de ser líderes. Ofrece una alternativa a la modernidad individualista y al pensamiento puramente capitalista. El estilo del emprendedor social es integral, sustentable, compartido y muy local. Tiene un impacto en la jerarquía administrativa, en los derechos de decisión y los patrones de promoción y recompensa. Motiva el compañerismo y presupone la integridad. No puede haber beneficiario per se. Simplemente nos encontramos viviendo y trabajando juntos.

Y eso vale mucho.

 Autor: Sarah Mavrinac, fundador y Director emérito, aidha, Emiratos Árabes Unidos

Imagen: REUTERS/Susana Vera 

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