Empleos y el Futuro del Trabajo

Hay distintos tipos de procrastinadores, ¿cuál eres tú?

Visitors enjoy the autumn sunshine as they sit in deck chairs in St James Park, central London September 30, 2014. September is on course to be the driest since records began in 1910, according to Britain's Met Office.    REUTERS/Andrew Winning (BRITAIN - Tags: ENVIRONMENT) - GM1EA9U1P7L01

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M. Victoria S. Nadal
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El cerebro de quienes acostumbran a dejar todo para el último momento es distinto. Conocer las diferencias ayuda a encontrar una solución.

Todos somos procrastinadores, pero cada uno tenemos nuestro estilo. Por eso, no hay estrategias que funcionen para todos ni soluciones mágicas que puedan aplicarse en cualquier caso, aunque hay algunas recomendaciones que pueden ayudar a corto plazo. Para encontrar una solución útil a la mala costumbre de dejarlo todo para el último momento es necesario saber qué tipo de procrastinador es cada trabajador. También, tener en cuenta algunas nociones de estudios recientes que señalan que ciertas estructuras cerebrales son diferentes en los cerebros de los procrastinadores.

¿Has leído?

La doctora en psicología clínica Ellen Hendriksen ha estudiado este asunto durante años, analizando el comportamiento de quien procrastina y las peculiaridades de cada uno. Como conclusión, Hendriksen los clasifica en tres grupos diferentes, lo que facilita entender mejor las razones de su comportamiento y encontrar estrategias más personalizadas que ayuden a corregirlo.

Los que evitan

Algunas personas procrastinan para evitar las consecuencias negativas de sus acciones, como la sensación de ansiedad, aburrimiento, agobio o tristeza. Los bloqueos emocionales, como el miedo al fracaso, un perfeccionismo excesivo o baja autoconfianza son otras causas "muy frecuentes, pero no siempre conscientes", explica Elisa Sánchez, psicóloga laboral. A esto se le unen mecanismos mentales como el efecto Zeigarnik, la tendencia a recordar tareas inacabadas o interrumpidas con mayor facilidad que las que han sido completadas. Esta estrategia de evitación no siempre es exitosa, según Hendriksen, porque el mismo hecho de procrastinar puede llevar al trabajador a sentir emociones negativas como el estrés de tener que hacer todo el trabajo en menos tiempo.

Los que buscan placer

Estamos programados biológicamente para buscar sensaciones placenteras y evitar el dolor. Cuando esto se lleva al trabajo, puede ser una de las causas de la procrastinación. Hay empleados que no hacen lo que deben hasta que realmente tienen ganas de hacerlo. En este caso, no se trata tanto de evitar una tarea concreta sino de querer elegir deliberadamente algo que les gusta más.

Los optimistas

Son víctimas de la llamada falacia de planificación, que está relacionada con las predicciones sobre cuánto tiempo se necesitará para completar una tarea futura. Distintos estudios respaldan este sesgo y confirman que los humanos son demasiado optimistas cuando calculan el tiempo que les llevará completar una tarea concreta. Una investigación realizada por Jeff Conte, psicólogo de la Universidad Estatal de San Diego (California), identificó el optimismo como un rasgo clave entre aquellos que siempre llegan tarde.

Cerebros diferentes

Hay distintas investigaciones que estudian las causas de estas conductas. Una de las más recientes ha encontrado que hay ciertas estructuras que son diferentes en los cerebros de los procrastinadores. Un equipo de investigadores de la Universidad de Ruhr (Alemania) se ha dedicado a analizar cómo se comporta el cerebro de las personas que tienden a posponer las tareas en lugar de abordarlas directamente. Utilizando imágenes de resonancia magnética, el equipo identificó dos áreas cuyo volumen y conectividad están vinculados a la capacidad de un individuo para controlar sus acciones y, por lo tanto, a decidir cuándo llevarlas a cabo.

En una investigación publicada en la revista Psychological Science, el equipo concluye que las personas que no controlan lo suficiente su capacidad de acción (es decir, que saben que deberían hacer sus tareas pero no son capaces de hacerlas), tienen una amígdala más grande. "Estas personas pueden estar más ansiosas por las consecuencias negativas de una acción: tienden a dudar y posponer las cosas", cuenta Erhan Genç, uno de los investigadores.

Además, la conexión entre la amígdala y la corteza cingulada anterior es menos pronunciada. La función principal de la amígdala es evaluar diferentes situaciones y advertirnos sobre las posibles consecuencias negativas de cada acción. La corteza cingulada anterior utiliza esta información para seleccionar qué acciones se van a poner en práctica. "Debido a una baja conexión entre ambas, las emociones negativas podrían no estar suficientemente reguladas y afectar a la capacidad de iniciar la acción". Futuros estudios tendrán que mostrar si la capacidad de decidir sobre las propias acciones puede modificarse mediante entrenamiento específico o estimulación cerebral.

Cómo solucionarlo

Aunque hay algunas estrategias que pueden funcionar a corto plazo. Cuando la costumbre de dejarlo todo para el último momento llega a afectar al bienestar del trabajador, a su productividad o a la relación que tiene con sus compañeros de trabajo, es necesaria una intervención profesional. ¿De qué tipo? Un metaanálisis de 24 estudios puso a prueba la efectividad de distintas intervenciones. Concluyó que la terapia cognitivo-conductual redujo la procrastinación más intensamente que otros tipos de intervenciones, entre las que se encontraban la autorregulación o intervenciones centradas en los recursos y fortalezas de los individuos.

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