Por qué pensamos que la sociedad es más peligrosa hoy si es al contrario

Yellow police tape is displayed at a crime scene after a motorist was shot in the head along the 2700 block of south 80th Street in Chicago, Illinois, U.S. November 1, 2017.

Image: REUTERS/Joshua Lott

Javier Jiménez
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Llevamos el miedo tatuado en la piel. A veces, es un miedo prudente, útil, un diagnóstico realista de los riesgos del mundo que nos rodea. Otras veces, se trata de un miedo inespecífico, romo, que bordea la ansiedad y permanece de espaldas a los datos. Quizás el mejor ejemplo del segundo tipo de miedo es la preocupación por los crímenes violentos.

Los crímenes violentos son una de las grandes preocupaciones de las sociedades desarrolladas. Sin embargo, el crimen ha caído durante décadas (Fox y Zawitz, 2000; Rennison, 2000). Los datos son de EEUU, donde el fenómeno está mejor estudiado, pero se da en todo el mundo. Estamos convencidos de que el mundo es cruel y no hay nada que nos convenza de lo contrario. Pero, ¿por qué?

Un mundo cruel

Aunque se pueden encontrar reflexiones sobre el tema mucho antes, el estudio moderno de la idea del "mundo cruel" empezó en los años 60 del siglo pasado. George Gerbner había estudiado periodismo y, durante la Segunda Guerra Mundial, había sido destinado en los servicios de inteligencia. Ahí fue cuando, por primera vez, se dio cuenta del potencial que tenían los mediosde comunicación para dar forma a la percepción social de la gente.

Junto a algunos colaboradores (Gerbner y Gross, 1976; Gerbner, 1978), desarrolló la teoría del cultivo durante la década de los años 70 para tratar de entender algunos de los fenómenos que había visto durante la Guerra y que empezaban a extenderse, desde su punto de vista, por todo Estados Unidos. ¿De verdad era posible que los medios (especialmente de la televisión) fueran capaces de modelar la percepción que tenían las personas de la vida cotidiana?

La respuesta que encontró Gerbner es que las personas que consumían más televisión tenían tendencia a sufrir el llamado "síndrome del mundo cruel": la creencia de que el mundo era un lugar mucho peor (y mucho más peligroso) de lo que realmente es. Según los teóricos del cultivo, la televisión tiene efectos a largo plazo en las actitudes del espectador y en su visión del mundo.

Una tele llena de miserias, crímenes y odio

Los teóricos del cultivo se centraron mucho en la televisión. Era lógico: durante la década de los 60 y 70, la televisión se hizo omnipotente en Estados Unidos y eso había abierto la veda a todo tipo de prejuicios ante el abrupto cambio social que se estaba experimentando en la sociedad norteamericana.

Con cientos de miles de niños enchufados a la televisión, la teoría del “cultivo” de actitudes se viralizó. Los teóricos del 'cultivo' sostuvieron que la televisión era capaz de convencer a una gran parte de la población de que lo que emitía era una descripción precisa del mundo, aunque no lo fuera.

Para estudiarlo, los investigadores analizan no sólo la visión general sobre el mundo, sino actitudes específicas como el odio a ciertos grupos o la preocupación social por ciertos temas. Eso hizo que descubrieran que ese cultivo de actitudes no se hace ex novo (Hammermeister, Brock, Winterstein y Page, 2005), se hace a partir de elementos ya presentes en la percepción de las personas sobre el mundo real. Es decir, la televisión enfoca ciertos ángulos del mundo que nos rodea y dejan de lado otros.

Lo curioso es que, en realidad, los historiadores del periodismo coinciden en que, si miramos en perspectiva, la violencia siempre ha formado parte de los medios (Trend, 2007; Ferguson, 2013). Ese no es el factor que ha sobreexpuesto a las personas a los crímenes violentos. Mientras el sensacionalismo era cosa de periódicos, grandes capas de la población permanecían alejadas de la exposición. La TV cambió todo eso.

Más allá de los medios

La teoría del cultivo fue muy criticada (Hughes, 1980). Justificadamente, me atrevería a decir. Sin embargo, la investigación posterior ha ido transcendiendo a la televisión y ha tenido que reconocer que existe un problema (Cohen y Weimann,2000; Romer, Jamieson y Aday, 2003; Wilson, Martins y Marske, 2005). Es cierto que el efecto de los medios es mucho más sutil y complejo de lo que pensábamos, pero hay factores capaces de marcar la diferencia. Por ejemplo, sabemos que no importa tanto la dureza de las informaciones de los medios como su abundancia.

Es decir, los espectadores utilizan los medios como un 'proxy' de la realidad social (Shrum, 1997): si estos medios sobrerrepresentan los crímenes violentos por un criterio editorial, las personas que consumen esos medios tenderán a creer que los crímenes han aumentado.

Sin embargo, aunque los medios tienen un papel esencial en la opinión pública y a la evaluación global que tienen los individuos sobre la sociedad, casi no afectan a la evaluación de la vida privada y comunitaria o el riesgo personal (Romer, Jamieson y Aday, 2003). O, dicho de otra forma, los medios tienen un poder importante sobre la sociedad en su conjunto, pero ese poder desaparece cuando tratan de cambiar la forma en que las personas ven su vida diaria.

Es decir, según el consenso de los especialistas, somos capaces de compatibilizar sin problemas ambas ideas: la de que sociedad es más peligrosa (porque los crímenes aumentan) y la de que nuestro entorno social es más seguro y que nuestro riesgo personal es menor.

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