El agua reciclada puede ser la clave para el abastecimiento futuro de miles de personas pobres

A girl collects water lily flowers at a pond in Kampong Speu province Cambodia, March 24, 2017. Picture taken March 24, 2017. REUTERS/Samrang Pring - RTX32MSF

Image: REUTERS/Samrang Pring

Tamara Avellán
Research Fellow, Water Resource Management Unit, United Nations University
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Para el año 2025, la escasez absoluta de agua será una realidad diaria para aproximadamente 1.800 millones de personas.

En un mundo donde los recursos vitales son cada vez más escasos, los países no pueden permitirse el lujo de tirarlos por el desagüe. Sin embargo, eso es exactamente lo que hacemos: tras utilizar el agua en nuestros hogares y negocios, simplemente se desecha, llevándose consigo muchos recursos de valor.

Las aguas residuales son ricas en carbono y nutrientes y (si se recolectan y son tratadas correctamente) podrían proporcionar agua de nuevo, así como fertilizantes y energía. Un número de naciones y grandes ciudades ya han construido plantas de tratamiento de aguas residuales sofisticadas que recuperan de manera eficaz los nutrientes y la bioenergía y producen "agua nueva" que se puede reutilizar. Sin embargo, más del 80% de todas las aguas residuales actualmente acaban en los ecosistemas naturales, contaminando el medio ambiente y llevándose consigo varios nutrientes de valor y otros materiales reciclables.

Mientras que los sistemas de aguas residuales en las grandes ciudades son a menudo eficaces, también son muy caros de construir y su mantenimiento y sistema operativo suelen ser muy costosos, aunque sigue siendo mejor que la situación en las ciudades más pequeñas donde normalmente los sistemas no están bien adaptados y carecen del personal necesario para llevar a cabo el mantenimiento y el servicio necesarios.

En los países latinoamericanos, las personas que viven en ciudades pequeñas y medianas tienen, a lo sumo, el tratamiento de aguas residuales in situ en forma de tanques sépticos que carecen de un mantenimiento regular y adecuado.

En Guatemala, sólo el 5% de las ciudades con menos de 2.000 habitantes tienen plantas centralizadas de tratamiento residual y en la Cuenca del Lago de Atitlán, también en Guatemala, aproximadamente el 12% de la población no está conectada a ningún tipo de sistema de saneamiento en absoluto. Si existe algún tipo de infraestructura en estas zonas, su principal objetivo es recolectar las aguas residuales y no tratarlas o reintroducirlas en el ciclo del agua.

Aproximadamente solo un 12% de la población de la Cuenca del Atitlán está conectada a sistemas de alcantarillado (iStock)

Es un problema incluso mayor si tenemos en cuenta que, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, la población en las ciudades pequeñas y medianas de América Latina se duplicará en los próximos 15 años y se volverá a duplicar en los próximos 30 años. Sin embargo, la mayoría de los esfuerzos para mejorar la gestión de las aguas residuales se centran en las grandes ciudades de la región.

Usar el agua para salvar árboles

Imagínate que en las cercanías de una de estas pequeñas ciudades se encuentrase un bonito pedazo de tierra: en la superficie es estéticamente agradable y sirve de refugio a la fauna local. Debajo de la superficie se trata de un humedal formado por aguas residuales que producen energía que ahorra a familias tener que recurrir al uso de la leña de los bosques cercanos o de estiércol para cocinar. Lo que es más, los desagües de dicho humedal se pueden utilizar con seguridad para el riego de cultivos.

No se trata de un escenario utópico, se denomina "humedal artificial ambiental” y ya está en la práctica a pequeña escala en todo el mundo.

Como parte de un equipo que se dedica a buscar el potencial de los entornos de humedales artificiales, hemos analizado 800 ejemplos de biomasa en más de 20 países.

Descubrimos que, dependiendo del clima y del tipo de planta que se usa en la construcción de este tipo de humedal, se podrían regar hasta 45 hectáreas de tierra diariamente con aguas residuales. Esto reduciría la necesidad de agua dulce para el riego y la energía para el bombeo.

Con este sistema, una hipotética comunidad de 60 personas requeriría un humedal de aproximadamente 420 metros cuadrados y dicho humedal podría suministrar a la comunidad 630 kilogramos de biomasa seca al año, lo que podría llegar a producir diez gigajulios de energía al año.

Los humedales artificiales pueden ayudar a ahorrar la energía utilizada para el bombeo (iStock)

A modo de comparación, un hogar medio en Etiopía requiere unos siete gigajulios para cocinar con una media de cinco personas por hogar, por lo que la demanda de energía anual para cocinar en esta comunidad de 12 viviendas es de unos 84 gigajulios.

Por consiguiente, el biocombustible producido por el humedal puede suministrar aproximadamente el 12% de las necesidades de combustible para cocinar de la localidad y gracias a la consecuente reducción de combustible para cocinar , este pueblo podría salvar una media de media hectárea de bosque al año.

Podemos dejar de desperdiciar el agua

Otra solución es la construcción de plantas de tratamiento de aguas residuales descentralizadas en las comunidades afectadas. A diferencia de las plantas de tratamiento de aguas residuales de la ciudad, en las plantas descentralizadas las aguas residuales no tratadas se procesan directamente donde se han producidoen vez transportarse mediante un sistema de alcantarillado. En las zonas rurales, esta configuración puede proporcionar un acceso fácil al agua potable y reducir la contaminación ambiental.

Debido a su tamaño y a las bajas emisiones de carbono, el impacto negativo que tienen estas plantas sobre el medio ambiente es más bajo que en las plantas tradicionales. Otra ventaja es que cada sitio puede ser hecho a medida para adaptarse a las condiciones climáticas locales, las exigencias estéticas, las exigencias de calidad del agua y el uso de agua previsto.

Ya no existe ninguna buena razón para desperdiciar cualquier tipo de agua. La recolección y la explotación de las aguas residuales es técnicamente viable y justificable a nivel económico.

Si se gestiona adecuadamente, el agua ya utilizada deja de ser un peligro ambiental y se convierte en una fuente asequible y sostenible de energía, de nutrientes y de otros materiales reciclables.

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