Paektu, la montaña sagrada de la revolución comunista norcoreana
Image: REUTERS
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República de Corea
La curiosidad que ha guiado al director Werner Herzog a producir algunos de los documentales cinematográficos más relevantes de la historia lo llevó de vuelta a escalar volcanes, atraído esta vez por las artes mágicas que estas montañas vivas alientan. A la caza de demonios y nuevos dioses, naturalmente llegó a Corea del Norte.
Presentado en septiembre en el Festival Internacional de Toronto y estrenado recientemente vía Netflix, el documental Into the Inferno se basa en el libro Eruptions that shook the worldde Clive Oppenheimer. El cineasta y el vulcanólogo se conocieron en la Antártida, cuando el primero filmaba Encounters at the End of the World (2007). En la cima del volcán Erebus brotó la amistad, avivada por otra de las famosas anécdotas de Herzog, quien en 1976 decidió contravenir las órdenes de evacuación y deambular junto con dos colaboradores en las faldas del volcán La Soufrière, en las Antillas francesas. La montaña no explotó, así que Herzog produjo un documental corto, La Soufrière (1977).
Cautivado por el libro de Oppenheimer, Herzog le invitó a hacer juntos un documental, lo que llevó a ambos a un recorrido por zonas volcánicas en Indonesia, Islandia, Etiopía, la nación archipiélago de Vanuatu y Corea del Norte.
Oppenheimer ha dicho que la intención de Eruptions that shook the world, publicado por la Universidad de Cambridge en 2011, es reflexionar sobre cómo la actividad volcánica influye en el comportamiento humano desde la prehistoria; repasar las consecuencias culturales de esta relación –incluso la Revolución Francesa y el surgimiento del fascismo en Europa en el siglo XIX son analizados bajo esta premisa–; y sugerir cómo debemos prepararnos para futuros eventos. Una súpererupción, en palabras de este experto, se plantea hoy como un escenario de escasa probabilidad pero grandes consecuencias.
Adaptada por Herzog, la narrativa científica de Oppenheimer se torna byroniana: ebulle en pasión, dramatiza y torna vapor la futilidad de los mortales con imágenes de pulsantes cráteres ardientes. Into de Inferno trata del inicio de la humanidad y su seguro fin; también de nuestra relación con el medio, una temática constante del documentalista alemán; y aborda la antigua tendencia a deificar los elementos, el fuego que habita en la montaña en este caso, lo que siempre da oportunidad a una jerarquía para organizar los rituales: un sultán en Indonesia, un jefe tribal en Vanuatu y un dictador en Corea del Norte.
Patriotas de pesebre
Para los coreanos el volcán Paektu es sagrado, por ser el sitio legendario de su origen, una especie de alma nacional.
Paetku es, no obstante, la matriz y el espíritu de un pueblo dividido actualmente en dos países: Corea del sur y Corea del norte. Tras la Guerra de Corea (1950-1953), la península fue seccionada políticamente por el paralelo 38, línea arbitraria acordada por Estados Unidos y la entonces Unión Soviética para separar sus áreas de influencia en el contexto bipolar de la Guerra Fría.
El volcán pasó a ser propiedad de Corea del Norte, en tenencia compartida con China, dueña de la otra mitad de la montaña y de su cráter, llamado el lago Celestial. Con la partición, los surcoreanos quedaron físicamente separados de Paektu. Por estar impedidos de viajar a Corea del Norte, si alguno quiere peregrinar al monte sagrado debe hacerlo por la parte china.
Los norcoreanos tienen libre acceso y, de la mano de ellos, es que Herzog y su cámara captan escenas, no sólo del volcán y el lago, sino de la narrativa política que el gobierno de Pyongyang ha construido para que su población venere, a la par de a los espíritus ancestrales que habitan en sus laderas, a sus líderes políticos modernos.
A través de una intensa labor de propaganda, concienzudamente reforzada a lo largo de varias décadas, el régimen de Corea del Norte ha complementado las creencias espirituales sobre Paektu con nociones patrióticas creadoras de nuevos mitos.
El liderazgo político norcoreano reside, desde la fundación del país en 1948, en la familia Kim, cuyo patriarca Kim Il-sung participó en la primera mitad del siglo pasado en la lucha contra los invasores japoneses que ocupaban la península coreana. La historia oficial dice que estableció secretamente su cuartel de operaciones en las inmediaciones del volcán y que, mientras dirigía desde ahí la liberación de Corea, nació en una humilde cabaña del campamento su hijo, Kim Jong-il. Ha sido tal el ornato colocado sobre la historia del nacimiento del segundo Kim en Paektu, doble arcoíris y curiosas formaciones de nubes incluidas, que Herzog compara la experiencia de un norcoreano al visitar la cabaña con la de un católico al pesebre de Belén.
Tanto la victoria final sobre los ocupantes japoneses, como el auspicioso nacimiento de quien sucedería al primer Kim tras su muerte en 1994, fueron atribuidos por la narrativa oficial a la energía y el poder del volcán. Pero los historiadores difieren; el primer evento se atribuye más bien al resultado final de la Segunda Guerra Mundial, mientras que hay evidencias abundantes para decir que Kim Jong-il vio la luz en un campo de refugiados norcoreanos cerca de Khabarovsk, Rusia.
Pero la leyenda estaba ya en marcha: Paektu sería promovida como la montaña sagrada de la revolución comunista norcoreana.
Dramático y misterioso
Corea del Norte era entonces un país que acababa de formarse y que se involucraría, casi de inmediato, en una guerra contra sus hermanos al sur del paralelo 38, por lo que requería crear mitos fundacionales que apelaran a las creencias sagradas de su pueblo. Es así como el volcán se convirtió en la imagen central del escudo e himno nacionales, y en accesorio infaltable en pinturas, coreografías, canciones, poemas y prácticamente todo el material tangible e intangible del régimen.
Un sonriente Kim Il-sung, posando al lado de su aún más sonriente hijo Kim Jong-il, con Paektu a sus espaldas, ilustra todo edificio gubernamental, educativo, cultural y deportivo del país. Al identificarse a sí misma con el volcán, la dinastía Kim se revistió con la autoridad necesaria para allegarse de la lealtad popular y de un halo de misterio, que conserva hasta la fecha.
La imagen del volcán en todo lo relacionado con el Gobierno norcoreano juega bien incluso con el nombre con el que por siglos se ha conocido a Corea del Norte: el Reino Ermitaño. También la descripción del volcán coincide con las características de país que lo alberga: “es un volcán con un pasado dramático, que ha mostrado actividad recientemente y del que sabemos muy poco”, dice el sismógrafo James Hammond, entrevistado por Herzog en el documental.
Kim Jong-il murió en 2011 y su hijo Kim Jong-un heredó el poder. Uno de los primeros actos públicos del tercer Kim, de 33 años de edad, educado en Europa, poseedor de una excéntrica personalidad, y sin credenciales militares ni políticas que ostentar, fue escalar Paektu, en el aniversario del nacimiento de su difunto padre.
Ahí en la cima, pertrechado por las armas nucleares desarrolladas por su antecesor y perfeccionadas y multiplicadas por él mismo, el joven Kim sonreía, tal vez confiado de la protección que proporciona el material fisionable manipulado por humanos, que pese a su capacidad destructiva nada es frente a un volcán. La visión de Herzog sobre el mítico Paektu norcoreano parece transmitirnos justo eso, que la destrucción final de la especie humana no requerirá de tanta elucubración política ni disparos de misiles; a su tiempo, ya llegará por causas naturales.
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