La salud mental de los niños y adolescentes se está deteriorando: ¿qué podemos hacer?

Los crecientes problemas de salud mental son uno de los retos más urgentes para la salud pública de nuestro tiempo. Y cada vez es más evidente que los problemas de salud mental pueden aparecer a edades tempranas.

En los últimos 30 años, los trastornos mentales se han vuelto cada vez más frecuentes entre los jóvenes, especialmente en las economías desarrolladas. Una quinta parte de los adolescentes europeos se ve afectada por trastornos mentales, con un aumento de la ansiedad, la depresión y los trastornos alimentarios; el suicidio es la principal causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. Las cifras son similares en Estados Unidos, donde el 20% de los adolescentes afirman tener necesidades de atención de salud mental desatendidas.

En este contexto, los servicios médicos y de apoyo están sobrecargados y muchos jóvenes tienen dificultades para acceder a una ayuda oportuna y adaptada a sus necesidades. La mayoría de los niños y adolescentes de todo el mundo que sufren algún trastorno mental no buscan ayuda ni reciben atención.

Por supuesto, no existe una única causa subyacente del aumento de los problemas de salud mental, sino que a menudo entran en juego muchos factores interrelacionados. La adolescencia es una etapa crucial y formativa para el desarrollo del bienestar mental, y la exposición a factores de riesgo puede tener un fuerte impacto. Las experiencias traumáticas, las desventajas socioeconómicas, las desigualdades sistémicas y las deficiencias en el acceso a la atención sanitaria son factores que intervienen en este proceso.

Por ejemplo, en el Reino Unido, más de una cuarta parte de los niños con un probable trastorno mental tenían un padre o una madre que no podía permitirse participar en actividades extraescolares. La mala salud mental también es más frecuente en las jóvenes que en los jóvenes.

La pandemia de COVID se cita a menudo como factor que ha agravado y puesto de relieve muchos de los problemas que impulsan esta tendencia y, sin duda, ha dejado una huella: la ansiedad post-COVID sigue provocando un aumento de las tasas de absentismo escolar. Pero eso es solo una parte de la historia. También hay cambios sociales, estructurales y relacionados con el desarrollo de los niños que están teniendo un impacto.

Entre ellos se encuentran, por ejemplo, las políticas educativas que dan prioridad al rendimiento académico y el alargamiento de la jornada escolar, lo que se traduce en más estrés y menos tiempo para jugar, según argumenta el profesor Peter Fonagy, director de la División de Psicología y Ciencias del Lenguaje de la University College London.

Además, afirma que, aunque bienintencionado, el enfoque parental más protector y preocupado por la seguridad limita la capacidad de los jóvenes para desarrollar resiliencia, confianza y fortaleza emocional.

Otra fuente de estrés muy criticada son las redes sociales, que han generado expectativas poco realistas de perfeccionismo y comparación con los demás. Además, la tecnología en general puede provocar aislamiento social, problemas de sueño y reducción de la actividad física, factores que contribuyen a trastornos como la depresión.

Teniendo en cuenta el papel fundamental que desempeñan los jóvenes en configurar el futuro e influir en las comunidades y la fuerza laboral, la Reunión Anual del Foro Económico Mundial, celebrada en Davos a principios de este año, dedicó gran parte de sus debates a las medidas para abordar los factores negativos que afectan al bienestar de los jóvenes. Durante el evento, Jonathan Haidt, profesor de Liderazgo Ético de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York, y Sarah Huckabee Sanders, gobernadora del estado de Arkansas, se sumaron a las voces cada vez más numerosas que defienden escuelas – e infancias – libres de teléfonos inteligentes.

Todos estos factores de riesgo dificultan considerablemente la solución del problema, que requiere soluciones multifacéticas.

No abordar los problemas de salud mental en la infancia y adolescencia puede tener consecuencias para toda la vida, ya que estos trastornos a menudo se prolongan hasta la edad adulta, deterioran la salud física y mental y limitan las oportunidades de llevar una vida plena.

Más allá del costo humano, el impacto de las deficiencias en la salud mental afecta a los sistemas de salud, la fuerza laboral y la economía en general. La presidenta de la Comisión de Niños y Jóvenes de la Asociación de Gobiernos Locales del Reino Unido califica este problema como "una preocupación social urgente" y destaca que también frena el crecimiento. Según el Centro para la Salud Mental, los problemas de salud mental en la infancia representan una pérdida de ingresos de 1,3 billones de dólares para la generación actual de británicos.

A pesar de la clara y creciente necesidad de actuar y mejorar el apoyo a la salud mental, los servicios de salud mental para niños siguen siendo en gran medida inaccesibles, según la OMS y UNICEF, y carecen de financiación y recursos suficientes.

En Europa, la OMS está poniendo en marcha un conjunto de estándares para regular y mejorar la atención de la salud mental de los jóvenes, abordando cuestiones como la falta de formación de los profesionales, la falta de apoyo personalizado y los largos tiempos de espera.

Un aspecto positivo es el aumento de las herramientas digitales para apoyar a las personas con enfermedades mentales. Estos recursos pueden proporcionar un apoyo asequible y accesible cuando y donde se necesite. Para aprovechar todo su potencial, deben gestionarse con cuidado. El Manual de gobernanza global para la salud mental digital, elaborado por el Foro y Deloitte, explora cómo aprovechar estas tecnologías disruptivas para contribuir a nuestro progreso, pero de manera ética y responsable.

Otras medidas importantes son la mejora y el establecimiento de sistemas de apoyo comunitario, reconociendo que el apoyo a la salud mental es un esfuerzo colectivo y que la intervención temprana suele ser la más eficaz.

También se ha demostrado que la actividad física es una herramienta eficaz. Las investigaciones muestran que puede tanto reducir los factores de riesgo que afectan a la salud mental como tener un impacto positivo en las personas con trastornos diagnosticados. Los ejercicios aeróbicos combinados con ejercicios de resistencia han demostrado ser especialmente eficaces contra los síntomas de la depresión.

Por último, una mayor sensibilización y una mayor apertura para hablar sobre la salud mental—a todas las edades—pueden contribuir al reconocimiento de los signos y síntomas y facilitar que los individuos busquen ayuda.