Jobs and the Future of Work

Sé que puedes hacerlo mejor: el poder mágico del reconocimiento

Un letrero de neón que dice gracias.

Image: REUTERS/Lucy Nicholson

Sergio Parra
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¿Qué podemos decirle a alguien para que lo haga mejor? ¿Qué nos pueden decir a nosotros? Gran parte de nuestro talento y nuestro nivel de esfuerzo o exigencia depende de la retroalimentación que recibimos. Del «la letra con sangre entra» a ser considerado y dulce, todos nos movemos entre estos dos extremos, ya sea para relacionarnos con alumnos como con empleados o familiares.

Sin embargo, más allá de la inextricable diversidad de teorías pedagógicas, existe una única lección que no deberíamos olvidar: el reconocimiento es la estrategia más poderosa para sacar lo mejor de las personas.

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Nivel de exigencia alto y confianza

Según un estudio del psicólogo David Scott Yaeger realizado en un instituto de secundaria, un nivel de exigencia alto más una cuota de confianza parece ser el modus operandi más productivo a la hora de obtener buenos resultados de los alumnos. En el estudio, se pidió a una clase que escribiera una redacción sobre un héroe personal. A continuación, los profesores puntuaron las redacciones y añadieron algunos comentarios a las mismas.

Lo que se hizo al final fue dividir en dos grupos todas las redacciones, de forma aleatoria. A las redacciones de un grupo se les añadió un comentario que imitaba la letra del profesor, que decía básicamente que se adjuntaban estos comentarios para que el alumno tuviera una opinión clara y sin fisuras sobre su redacción. A las redacciones del otro grupo se les escribió algo similar, pero añadiendo que esto se hacía porque el profesor tenía muchas expectativas y sabía que el alumno podía cumplirlas, es decir, nivel de exigencia + confianza.

Esta adenda fue como un acicate para el segundo grupo de alumnos. Sencillamente, el alumno procesaba de otro modo la crítica. El primer grupo tendía a reaccionar a la defensiva o incluso con recelo, pero el segundo grupo se sentía estimulado y empujado a sacar lo mejor de sí mismos incorporando las críticas y sugerencias, tal y como explica Chip Heath en su libro Momentos mágicos:

Tras devolver las redacciones, los alumnos tenían la opción de corregir y volver a presentar sus trabajos para mejorar su nota. Cerca del 40 por ciento de los alumnos con la nota genérica decidieron corregir los trabajos. Pero casi el 80 por ciento de los alumnos con la crítica sabia corrigieron sus trabajos, y al modificarlos, hicieron más del doble de correcciones que los otros alumnos.

El empujoncito que no es tal

A primera vista, uno podría pensar que este empujoncito en la autoestima es artificioso. Un espejismo en el que se nos impele a hacerlo mejor pero que no se basa en algo real y tangible, y que finalmente obraremos como tentetiesos: en cuanto la inercia del empujoncito desaparezca, volveremos al estadio anterior. Sin embargo, esto no es del todo cierto.

Esta clase de exigencia, seguida de una dosis de confianza, no solo aumenta la autoestima, sino que permite el autoconocimiento, esto es, advertir, darnos cuenta de forma profunda, de que sí que hemos sido capaces de hacer lo que creíamos que no. Este efecto psicológico, representado con una pluma en la película Dumbo, es la forma que tiene nuestro cerebro de no autoboicotearse frente al mínimo traspiés.

Por ejemplo, gran parte de los excelentes resultados en matemáticas que obtienen los alumnos asiáticos se sostiene en su capacidad de sacrificio y, sobre todo, la sensación de que pueden conseguirlo: basta con seguir esforzándose y al final, cualquier problema de matemáticas puede ser resuelto.

Un problema de matemáticas requiere tenacidad, así que si tendemos a rendirnos o a aceptar que no somos capaces de hacerlo en cuanto no podamos seguir avanzando. Acostumbrarnos a la sensación de que estamos capacitados para solventar un obstáculo, aunque a priori parezca que no, es mucho más que un espejismo: es la herramienta sobre la que pivota todo objetivo.

Por eso no es extraño constatar que la gente suele dejar su trabajo no porque suponga un esfuerzo, sino porque hay pocos elogios o reconocimientos. Carolyn Wiley, de la Universidad Roosevelt, tras analizar cuatro estudios sobre motivación en empleados en un espacio de tiempo que abarcaba 46 años, descubrió que el factor que más se repetía en todos a la hora de valorar una buena motivación fue: «pleno reconocimiento del trabajo hecho».

En el ámbito académico esto incluso resulta más decisivo, porque los alumnos todavía están formándose como personas y no han recibido tanto feedback, para bien o para mal. Los profesores, en ese sentido, pueden dejar una huella duradera en toda la vida de un alumno en solo unos minutos cruciales, esos minutos en los que se verterá un tipo u otro de crítica. Cuando el sociólogo Gad Yair preguntó a 1.100 personas sobre sus experiencias decisivas en el colegio, halló que muchas de ellas encajaban en esta historia típica, del que entresacamos este fragmento:

Tenía doce años. Todos los profesores me consideraban un alumno «flojo» y la escuela me parecía fría y amenazadora. Mi profesora cogió la baja por maternidad, y la nueva profesora anunció que iba a ignorar los antiguos logros y que iba empezar de cero. Puso deberes y yo lo hice lo mejor que pude. Al día siguiente leí mis deberes en voz alta… y la nueva profesora alabó mi trabajo delante de toda la clase. Yo, el alumno «flojo», el patito feo de la clase, de repente me convertí en un precioso cisne. Me dio confianza y abrió una página en blanco para conseguir nuevos logros sin tener que mirar siempre atrás, a mis malos resultados anteriores.

Puestos a inventar nuevos epítetos rayanos en la hipérbole, pues, mejor decantarnos por guapérrimo o excelentérrimo que por malérrimo y tontérrimo. Yo mismo, si me pongo en plan abuelo cebolleta, podría contar mi experiencia académica, del que ya os adelanté algunos detalles en Por favor, no me digas que soy inteligente. Resumido: profesor diciendo delante de toda la clase que mi futuro laboral era el de basurero; miedo a confirmar esa profecía; varios meses de no acudir a clase; suspenso de casi todas las asignaturas… Pero cuando llegué a la recuperación con nuevos profesores, nuevos alumnos, una hoja de servicios en blanco, entonces demostré que sí que podía, fui alabado por ello, recuperé la confianza perdida, acabé los estudios, cursé una carrera y escribí 16 libros, el último de ellos un ensayo divulgativo sobre genética.

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