Arabia Saudí cambia de piel

Data collectors sit at screens in new the Global Center for Combatting Extremist Ideology as they wait for a tour by U.S. President Donald Trump and Saudi Arabia's King Salman bin Abdulaziz Al Saud to commence in Riyadh, Saudi Arabia May 21, 2017. REUTERS/Jonathan Ernst     TPX IMAGES OF THE DAY - RC17DD3DEB00

Image: REUTERS/Jonathan Ernst

Ángeles Espinosa
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Ciudades gestionadas por inteligencia artificial, complejos turísticos a orillas del mar Rojo y un repentino protagonismo de las mujeres que, de no poder conducir, han pasado a dirigir la Bolsa, presidir una entidad bancaria, ser rectoras de universidad o gestionar un hotel. No hay semana en que Arabia Saudí no sorprenda al mundo con un proyecto inimaginable solo unos meses atrás. El mayor exportador de petróleo del mundo está embarcado en un ambicioso plan de reformas para cuando se acabe el maná negro que lo ha alimentado durante décadas. Aún no está clara la profundidad de esta muda de piel que tiene a los saudíes entre entusiasmados y temerosos, pero sus efectos ya son visibles en la calle.

Cambio es la palabra de moda en el Reino del Desierto. “Es el único camino al futuro”, aseguraba esta semana en Riad el ministro de Comunicaciones y Tecnología de la Información, Abdullah AlSwaha. Hablaba durante un foro organizado por la Fundación Misk para abordar los retos que plantea esa transformación sin precedentes en un país gobernado por una monarquía absoluta que desde su creación en 1932 ha apostado por la estabilidad y el statu quo. Decir que está cambiando es una obviedad. Todos los países lo hacen. La diferencia es el ritmo y la dirección. “Hemos visto más cambios en los últimos 20 meses que en los últimos 20 años”, constataba Faisal J. Abbas, el director del diario Arab News

Atónitos quedaron a principios de mes con la detención de 200 personas, incluidos príncipes y ministros, acusados de malversar 86.000 millones de euros. Están recluidos en el Ritz-Carlton.

“Han desaparecido los mutawas”, me responde una amiga cuando en la noche de mi llegada a Riad le pregunto cuál es el cambio que más ha notado desde la última vez que nos vimos hace un par de años. Se refiere a los miembros de la ominosa Comisión para la Prevención del Vicio y la Promoción de la Virtud, una especie de policía religiosa que se ha dedicado a imponer sus estrechos códigos morales sobre el conjunto de la sociedad saudí.

Es difícil para un extranjero hacerse idea de lo que suponía, sobre todo para las mujeres y los jóvenes, la continua intromisión de esos zelotes en su vida diaria. Vara en mano imponían la segregación sexual de los espacios públicos, afeaban una ropa demasiado corta o ajustada en ellas, un corte de pelo demasiado moderno en ellos, que las mujeres rieran o hablaran en alto, que los chicos pasaran mensajes a las chicas.

No es que de repente los saudíes se hayan desprendido de las túnicas blancas (ellos) y los sayones negros (ellas). Pero en los centros comerciales, verdaderas plazas públicas en país donde durante casi ocho meses al año es imposible salir a la calle debido a las altas temperaturas, el ambiente se ha relajado y se ve a hombres y mujeres que conversan con tranquilidad. También en muchas oficinas se ha relajado la separación en aras al trabajo en equipo y la productividad.

Sin duda ha habido cambios económicos y legales de más calado, pero difícilmente más simbólicos. Al poner coto al poder del estamento religioso, el rey Salmán ha sacudido uno de los pilares de la monarquía absoluta saudí, la alianza que sus predecesores sellaron con los ulemas a cambio de legitimidad. Semejante atrevimiento ha sido obra de su hijo favorito y desde el pasado junio heredero, el príncipe Mohamed Bin Salmán, quien también es ministro de Defensa y preside Saudi Aramco (la petrolera nacional), la Comisión Delegada para Asuntos Económicos y la Comisión de Lucha contra la Corrupción.

El príncipe que más poder ha acumulado en la historia del reino ha llegado a las puertas del trono en un momento en que el petróleo ya no garantiza otro pilar de la monarquía, el Estado de bienestar con el que satisfacía a sus súbditos. La convicción de que los precios bajos no son coyunturales obligaba a replantearse la economía rentista, tal como ha propuesto en su Visión Saudí para 2030. Pero la versión ultraconservadora del islam que ha alentado la alianza de la monarquía con el clero (el wahabismo) bloqueaba las energías necesarias para emprender el cambio.

Ha dejado de ser útil esa cosmovisión que está detrás de la segregación de sexos, las trabas para que las mujeres conduzcan o un sistema educativo basado en la religión en vez de en la capacitación profesional. De ahí que en la misma conferencia de inversores en la que el mes pasado el heredero anunció el macro proyecto de Neom, una ciudad del futuro que requiere 500.000 millones de dólares, también defendiera el “islam moderado”.

Las autoridades “tratan de sintonizar con la gente, no al revés”, asegura una activista de los derechos humanos qué cuestiona el estereotipo del ultraconservadurismo de los saudíes. “No es cierto que todos respalden al clero wahabí”, concurre un observador extranjero. Con un 70% de la población menor de 30 años y una tasa de penetración de las redes sociales de las más altas del mundo, las diferencias con el resto del planeta empiezan a diluirse, aunque se aprecia una brecha generacional.

MBS, como se conoce al heredero y hombre fuerte del reino, tiene 32 años y ha conectado con esa primera generación de saudíes que ha crecido con Internet, videojuegos, e informándose a través de pantallas en vez de papel. Jóvenes y mujeres están entusiasmados con la transformación que propone. Raro es el entrevistado que no simpatiza con sus planes.

“Antes de [que lanzara] la Visión 2030 simplemente pensaba que era otro príncipe más, no tenía una idea especial sobre él. Le apoyo porque hace que me sienta relevante y está llevando a cabo las cosas que siempre he deseado, pero no pensaba que ocurrirían en mi país”, resume Lama AlJohar, licenciada en administración de empresas de 29 años, que trabaja para una de las agencias gubernamentales implicadas en el proyecto. “Comparábamos no con EE UU, sino con nuestros vecinos, con Dubái, y nos preguntábamos por qué no podíamos ser cómo ellos”.

AlJohar abrió los ojos cuando hace 15 años sus padres decidieron instalarse en Sharjah (junto con Dubái, parte de la federación de Emiratos Árabes Unidos) para que sus hermanas mayores pudieran estudiar una Periodismo y otra Derecho, dos carreras que entonces estaban vetadas a las mujeres en Arabia Saudí. “Hice el bachillerato allí y la experiencia me impactó”, admite. Hoy no es inusual encontrarse con reporteras saudíes en las conferencias de prensa, y la víspera de nuestra entrevista el ministro de Justicia, el jeque Walid al Samaani, anunció que su departamento va a contratar por primera vez a mujeres.

“Cada día es una oportunidad, nada es demasiado ambicioso”, señala Meshal al Harasani, un inventor de 31 años que asesora a la Universidad Rey Abdelaziz. “La Visión 2030 es sobre los jóvenes. No hay límites”, asegura con una frase que los entrevistados repiten a menudo.

El mundo debe prepararse para la juventud saudí. No es que estemos hambrientos, es que nada puede saciar nuestro apetito”, advierte una entusiasta Rana al Deghaiter, de 27 años, responsable de operaciones en una empresa de marketing que colabora con el proyecto real.

Al Deghaiter recuerda que la evolución empezó hace más de una década cuando, bajo el reinado del fallecido Abdalá, se extendió el programa de becas para estudiar en el extranjero. Varios cientos de miles de saudíes, mujeres y hombres, se han formado fuera, principalmente en Estados Unidos, pero también en España, como Nawaf, Abdulmalik y Ahmed. Los tres tratan de encontrar trabajo no en el sector público como era lo usual hasta ahora, sino en el privado que MBS quiere convertir en la locomotora económica del reino.

“El regreso de los que estudiamos en otros países y las redes sociales han impulsado un cambio social. Queríamos una oportunidad y ha llegado con el príncipe heredero. Nos ha abierto las puertas. Ha fijado un objetivo. Ahora el camino está claro”, explica Al Deghaiter.

Algunos, sin embargo, temen las consecuencias. “Va demasiado deprisa. No me interprete mal, yo soy liberal y apoyo los cambios, pero después de décadas de tenernos en un puño, la apertura tenía que haberse hecho de forma más pausada. Nos hemos ido de un extremo a otro”, manifiesta Hisham A., un ingeniero formado en EE UU y que ahora trabaja para multinacional asiática.

Es una preocupación habitual entre quienes superan los 40 o pequeños empresarios. “¿A quién benefician todos esos macrocontratos que anuncian? A las multinacionales y al Gobierno que recibirá sus impuestos. Mientras, las pymes y la clase media nos estamos empobreciendo”, confía Y. A. que acaba de cerrar su peluquería por falta de resultados. Tampoco las capas más modestas han visto hasta ahora el beneficio; sólo el encarecimiento de la electricidad, el agua y la gasolina o el IVA que va a introducirse a partir de enero. Pero su malestar va contracorriente y en general guardan silencio.

El director regional del Banco Mundial, Nadir Mohammed, se hace eco de esas inquietudes. “Nos preocupa no el ritmo de las reformas sino el momento. Debido a los bajos precios del petróleo y a la dependencia del sector privado de los gastos públicos, se ha ralentizado la economía”, constata durante una reunión con periodistas en Riad. Mohammed, que califica el proyecto de “valiente y ambicioso”, espera que el Gobierno ponga pronto en marcha la llamada cuenta ciudadana para compensar a los más débiles por la pérdida de los subsidios.

“No me lo creo. Ya hemos estado antes ahí. También [el rey] Abdalá habló de la lucha contra la corrupción, y ahí están las cinco ciudades económicas que creó, vacías tras inversiones de cientos de millones”, declara Hasan M., un profesor universitario que pertenece a la minoría chií. “Todo es superficial”, sentencia tras recordar que tampoco las promesas de inclusión de su comunidad produjeron ningún resultado tangible.

“Por supuesto que hay escépticos, soñadores, indiferentes… las diferencias son saludables”, apunta AlJohar, la licenciada en empresariales. “Pero tener un plan es mejor que no tenerlo; incluso si sólo logramos el 50 % de lo que nos proponemos”, concluye.

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