Innovación social

Estos 10 rasgos definen a las personas creativas

Mar Abad
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Innovación social


La especie humana comenzó por los pies, pero pronto subió a la cabeza. Ahí surgió la creatividad y, con ella, empezó a cambiar el mundo. Desde entonces es uno de los aparejos más buscados para descubrir territorios inéditos.

Un día, a finales del siglo XX, Mihaly Csikszentmihalyi se preguntó por este asunto. ¿Está la creatividad reservada a un cierto tipo de personalidad o es algo que puede despuntar en cualquier individuo? El psicólogo, después de mucho estudio, emprendió una investigación con la Universidad de Chicago que lo llevó a entrevistar, durante cinco años, a más de 90 personas extraordinarias; entre ellas, varios premios Nobel.

Leyó cientos de biografías y documentos. Descubrió que Leonardo da Vinci, Isaac Newton o Thomas Edison eran mortalmente aburridos y que Raphael tenía la misma chispa que las escamas de sal dan a una lubina a la espalda. Reflexionó, comparó, hiló, orilló las ideas inservibles y avistó una conclusión: no existe una personalidad específica que pueda amarrarse a la mente creativa. Ni un solo cabo que atar. Es más, «resulta perfectamente posible hacer una contribución creativa sin tener una personalidad brillante o ingeniosa».

Qué es la creatividad y de qué depende

Aquel trabajo inmenso le dio para escribir un libro que aborda la creatividad desde popa y proa. En esta obra de referencia, Creatividad, la psicología del descubrimiento y la invención, Csikszentmihalyi explica que el ingenio no es un destello de genialidad que ocurre en el interior de una cabeza. Es algo que «surge de la interacción entre los pensamientos de una persona y su contexto sociocultural»; algo que «ocurre cuando un individuo, usando los símbolos de un campo determinado como la música, la ingeniería, los negocios o las matemáticas, tiene una idea nueva o ve un nuevo patrón, y además, ese ámbito de conocimiento selecciona esa novedad».

El profesor de la Universidad de Claremont (EEUU) suelta también el nudo que se hace a menudo entre la creatividad y la ocurrencia, lo gracioso o lo inesperado. «La creatividad es un acto, una idea o un producto que cambia un ámbito específico o que transforma uno que ya existe en otro nuevo», explica. Eso supone que «una persona creativa es alguien cuyos pensamientos modifican una disciplina o establecen una nueva».

Pero el psicólogo hace hincapié en que un individuo solo tiene la posibilidad de ser creativo si el entorno acepta su actividad y sus ideas. Y «esto puede ser el resultado de que le hayan dado una oportunidad, de su perseverancia o de estar en el lugar correcto en el momento adecuado». Lo tienen más fácil los que pueden ir a la universidad, los que nacen en una familia con dinero y contactos, y los que viven en países más avanzados.

«Miguel Ángel era un hombre solitario, pero de joven pudo relacionarse con los cabecillas de la corte de los Medici para mostrarles sus habilidades y su dedicación», relata el psicólogo. «Isaac Newton también era esquivo y cascarrabias, pero de algún modo convenció a su tutor de Cambridge de que merecía una beca permanente en la universidad para continuar su trabajo sin que le perturbaran con ningún tipo de contacto humano. Alguien desconocido por las personas relevantes lo tiene muy difícil para ser visto como un creativo».

La noción de creatividad cambia en cada época

La idea de qué es creativo y qué es mediocre varía como la dirección del viento. Csikszentmihalyi cita varios ejemplos. Uno de ellos, el de Rafael. En los siglos XVI y XIX, los intelectuales ensalzaron sus pinturas y las aclamaron como obras maestras. En el XVII y XVIII, en cambio, el italiano no pasó de ser considerado un gran dibujante. «La creatividad puede ser construida, deconstruida y reconstruida varias veces a lo largo de la historia», apunta en este libro, considerado hoy una biblia de la psicología de la invención.

De la misma idea es uno de los entrevistados en su investigación, el poeta Anthony Hecht: «La reputación literaria está siempre cambiando. Algunas veces, de forma frívola. Una antigua colega, en una reunión del departamento de Inglés, dijo que pensaba que ya no era importante estudiar a Shakespeare porque, entre otras cosas, en sus obras no supo representar a las mujeres. (…) Esto ocurre también con la música. Bach fue eclipsado durante 200 años y redescubierto por Mendelssohn. Esto quiere decir que estamos continuamente revaluando el pasado. Un hecho que es bueno, valioso y necesario».

Csikszentmihalyi relata que en los años 60, fascinados por el expresionismo abstracto, existía la idea de que los alumnos de arte taciturnos, perturbados, silenciosos y sombríos eran los más creativos. Ellos conseguían las becas universitarias y las valoraciones más altas.

Pero cuando acabaron la carrera encallaron en la realidad. «Esa conducta antisocial no les llevó muy lejos. Para llamar la atención de los galeristas y los críticos debían olvidarse de esas fiestas salvajes y dejarse ver por el mundillo del arte. Entonces se produjo la hecatombe de los artistas introvertidos. La mayoría fueron excluidos y acabaron como profesores en el Medio Oeste o vendiendo coches en New Jersey».

En esa época, la camarilla de Andy Warhol desplazó al expresionismo abstracto y la idea de creatividad viró de forma radical. La novedad y el ingenio, por primera vez, se podían sacar de una sopa de tomate.

¿Influye la genética?

Dice Csikszentmihalyi que, a primera vista, puede parecer que algunos individuos destacan en un arte o una ciencia por su predisposición genética. «Una persona con un sistema nervioso más sensible a la luz y el color lo tendrá más fácil para convertirse en pintor. Alguien con un gran oído lo hará muy bien en la música». Sin embargo, «no es necesaria una ventaja sensorial». No la tuvo El Greco, que sufría una enfermedad en el nervio óptico, ni Beethoven cuando ya sordo compuso algunas de sus mejores piezas.

Lo que ocurre a menudo es que esa ventaja sensorial hace que estas personas empiecen a sentirse atraídas desde pequeñas por ciertas disciplinas. Y ese interés es «uno de los ingredientes más importantes de la creatividad», apunta. «Sin una buena dosis de curiosidad, asombro e interés por cómo son las cosas y cómo funcionan, es difícil reconocer un problema interesante. Estar abierto a la experiencia es una gran ventaja para vislumbrar una posible novedad».

El escritor de ciencia ficción Isaac Asimov anclaba la creatividad en la osadía. «Alguien capaz de volar ante el rostro de la razón, la autoridad y el sentido común debe ser una persona con una seguridad considerable en sí misma», escribió en un ensayo sobre el origen de las ideas, en 1959. «Dado que esto solo ocurre en pocas ocasiones, ese individuo debe parecer excéntrico (al menos a ese respecto) para el resto de nosotros. Un sujeto excéntrico en un aspecto suele ser así en otros. Por lo tanto, el tipo de persona que probablemente consiga generar nuevas ideas es aquel que tiene un gran conocimiento del tema que está tratando y, a la vez, es poco convencional en sus hábitos de vida».

Pero, aparte de eso, el bioquímico descartaba que hubiera un anzuelo infalible para pescar la creatividad. En una entrevista unos años antes de morir indicó: «He tenido suerte de nacer con una mente eficaz que no descansa nunca, con una capacidad para pensar con claridad y una habilidad para plasmar esos pensamientos en palabras. Nada de esto es mérito mío. Me ha tocado un buen boleto en la lotería genética».

¿Cómo es la personalidad creativa?

Décadas de investigación han llevado a Csikszentmihalyi a pensar que no existe una personalidad creativa como tal. Todo lo que ha hallado es una serie de rasgos que se repiten en estos individuos. Entre ellos, «la habilidad de adaptarse a casi todas las situaciones y hacer lo necesario para conseguir sus objetivos» y la complejidad. «Estas personas muestran tendencias de pensamiento y acción que en la mayoría de los individuos están separadas. En ellas se juntan características contradictorias: en vez de una individualidad, cada uno de ellas forma una multitud. Igual que el color blanco incluye todas las tonalidades del espectro, ellos intentan reunir todas las posibilidades humanas en una sola persona».

El profesor de la Universidad de Claremont destripa esta complejidad en diez atributos:

1. Las personas creativas suelen tener mucha energía física, aunque a menudo son tranquilas y pausadas. Trabajan muchas horas, muy concentradas, y muestran un gran entusiasmo. «Esto podría llevar a pensar que tienen dotes superiores, una ventaja genética», pero, en cambio, al psicólogo le resulta sorprendente el gran número de personas que después de una infancia plagada de enfermedades tienen una vitalidad asombrosa a los 70 y 80 años. Uno de ellos, Heinz Maier-Leibnitz. De niño, el físico alemán estuvo postrado en una cama durante meses, en las montañas suizas, para recuperarse de una enfermedad pulmonar.

Después de estudiar cientos de biografías, Csikszentmihalyi cree que «la energía de estas personas se genera en su interior y se debe más a la concentración de su mente que a una superioridad genética». Aunque, en su libro, señala que no todos los participantes en la investigación pensaban igual. El químico Linus Pauling, al igual que Asimov, atribuía la creatividad a «buenos genes».

Esta energía que caracteriza a las personas creativas no tiene nada que ver con la hiperactividad. Al contrario. Según el psicólogo, duermen mucho y hacen descansos con frecuencia. «La clave es que toman el control de su propia energía y no dejan que la domine el calendario, el reloj o cualquier horario externo. Cuando la necesitan, pueden enfocarla como un rayo láser; cuando no les hace falta, aprovechan para recargar sus baterías».

2. Las personas creativas suelen ser inteligentes e ingenuas a la vez. Csikszentmihalyi considera que no hay que tener muy en cuenta las mediciones del coeficiente intelectual (IQ). Los estudios sobre las habilidades mentales superiores que inició el psicólogo Lewis Terman en 1921, en la Universidad de Stanford, muestran que a los niños con un IQ alto les suele ir bien en la vida, pero cuando se supera un cierto nivel, cuando es muy elevado, no hay garantías de nada.

Investigaciones posteriores establecen el punto de corte en un IQ de 120, aproximadamente. «Podría ser difícil realizar un trabajo creativo con un IQ menor, pero superar los 120 no implica ser más creativo», puntualiza el autor. «Ser intelectualmente brillante puede resultar perjudicial para la creatividad. Algunas personas con un alto IQ se sienten tan seguras de su superioridad mental que pierden la curiosidad esencial para intentar crear algo novedoso. (…) Esto es probablemente por lo que Goethe, entre otros, dijo que la curiosidad es el atributo más importante de los genios».

Los individuos creativos («los que aportan novedades en una disciplina», como los define Csikszentmihalyi) suelen sentirse cómodos en dos tipos de pensamiento: el convergente y el divergente. El primero es el destinado a resolver problemas definidos, problemas racionales con una solución única. El segundo, en cambio, no tiene una respuesta concreta; requiere la habilidad de generar muchas propuestas, ideas distintas, perspectivas diferentes y asociaciones inusuales.

Es ahí donde surgen las novedades y por eso el autor de Creatividad. La psicología del descubrimiento y la invención recomienda cultivar el pensamiento divergente en laboratorios y empresas. «Galileo o Darwin no tuvieron muchas ideas nuevas, pero aquellas en las que se centraron fueron tan radicales que cambiaron toda la cultura», señala. «Del mismo modo, los participantes en nuestro estudio indicaron que solo habían tenido dos o tres buenas ideas en toda su carrera, pero cada una de ellas era tan generativa que los mantuvo ocupados durante toda su vida».

El autor aconseja recurrir primero al desparrame de la divergencia y volver después a la convergencia, porque solo bajo estas coordenadas se pueden distinguir las buenas y las malas ideas. El Nobel de economía George Stigler señaló en esta investigación la importancia de unir ambas: «Considero que tengo una buena intuición y un buen juicio en los problemas que merece la pena conseguir y en decidir qué líneas de trabajo debo seguir».

3. Las personas creativas saben combinar la diversión y la disciplina, la responsabilidad y la irresponsabilidad. Adoptan una actitud de juego asociada siempre a la persistencia, el aguante y la perseverancia. «Hay que trabajar duro para llegar a una idea novedosa y superar los obstáculos que se encuentran por el camino», escribe Csikszentmihalyi.

Cuenta el autor que cuando preguntaron al físico nuclear Hans Bethe cómo resolvía los problemas de esta disciplina contestó: «Se requieren dos cosas. La primera es la mente y la segunda, la voluntad de dedicar largas temporadas a pensar, aun sabiendo que podrías no hallar ningún resultado».

El ingeniero e inventor Jacob Rabinow explicó un «truco mental» que empleaba para trabajar: «Cuando tengo que hacer algo que requiere mucho esfuerzo, imagino que estoy en la cárcel (…). Y si estoy en la cárcel, el tiempo no cuenta».

4. Las personas creativas alternan entre la imaginación y la fantasía, por un lado, y un gran sentido de la realidad, por otro. «Los dos son necesarios para romper con el presente sin perder contacto con el pasado», explica Csikszentmihalyi.

Albert Einstein lo expresó de un modo similar: «El arte y la ciencia son dos de los grandes modos de escapar de la realidad que los humanos han creado». De ahí parte el autor para llevar esta idea un poco más lejos: «El gran arte y la gran ciencia requieren un salto imaginativo que los lleve a un mundo diferente al presente. El resto de la sociedad a menudo ve estas nuevas ideas como fantasías sin ninguna relevancia en ese momento. Y están en lo cierto. Pero el sentido del arte y de la ciencia es ir más allá de lo que consideramos real con el fin de crear una nueva realidad. Aunque esta escapada del presente no es para ir al País de Nunca Jamás».

Dice Csikszentmihalyi que la mayoría de las personas asumen que los artistas (los músicos, los poetas, los pintores…) capitanean el barco de la fantasía y que los científicos, los políticos y los empresarios dominan el terreno de lo realista. Podría ser así en el día a día, pero según el psicólogo, cuando empiezan a trabajar en procesos creativos, «los artistas pueden ser tan realistas como los físicos, y los físicos, tan imaginativos como los artistas».

5. Las personas creativas tienen tendencias introvertidas y extrovertidas a la vez. En las entrevistas que hicieron para este estudio descubrieron que el mito del ‘genio solitario’ es muy acertado. A menudo es necesario estar solo para trabajar en problemas matemáticos, componer, escribir o hacer experimentos en un laboratorio. «Las investigaciones muestran que los jóvenes con talento incapaces de permanecer a solas no desarrollan sus habilidades. (…) Aunque, al mismo tiempo, es importante ver y escuchar a otras personas, intercambiar ideas con ellos y conocer su trabajo».

Uno de los participantes en la investigación, John Reed, explicó cómo organizaba su jornada para asegurarse de tener momentos a solas y momentos con otras personas. «Me levanto a las 5.00 de la mañana y, después de una ducha, trato de trabajar en casa o en la oficina. En ese tiempo me centro en las tareas de pensar y en los asuntos más importantes. Intento extenderlo hasta las 9.30 o las 10.00. A partir de entonces empiezan a producirse muchas transacciones. Presidir una compañía es como ser el jefe de la tribu. La gente viene a tu despacho para contarte cosas».

6. Las personas creativas son humildes y orgullosas a la vez. Modestas porque, según Csikzentmihalyi, saben que han llegado hasta aquí por «mirar desde hombros de gigantes», desde la sabiduría que dejaron sus antepasados. No sacan pecho porque son conscientes del papel que juega la suerte para haber conseguido su posición y porque les interesa más lo que puedan lograr en el futuro que regodearse en el pasado.

Y se muestran orgullosas porque son conscientes de que, en comparación con otros, han conseguido grandes logros y eso les hace sentirse seguros y satisfechos. «Algunos entrevistados eran muy humildes y otros, muy seguros de sí mismos, pero todos tenían una buena dosis de ambas cualidades», indica el autor.

Esta dualidad se muestra también entre su ambición y su altruismo; entre su interés por competir y, a la vez, cooperar.

7. Las personas creativas no suelen ajustarse a los estereotipos de género. El profesor de la Universidad de Claremont explica que, por los test de masculinidad y feminidad, han descubierto que las chicas más creativas y con más talento suelen ser más duras y dominantes que las demás, y que los chicos creativos son más sensibles y menos agresivos que el resto.

En psicología, aclara Csikzentmihalyi, «la androginia hace referencia a la habilidad de ser a la vez agresivo y cuidador, sensible y rígido, dominante y dócil. Una persona andrógina duplica su repertorio de respuestas y puede interactuar con el mundo desde una concepción más amplia de la vida». Así lo pensaba también Virginia Woolf.

8. Es común pensar que las personas creativas son rebeldes e independientes. Pero, según el psicólogo, es imposible aportar alguna novedad si antes no se ha interiorizado la cultura de una sociedad y el conocimiento de una disciplina. «Un individuo debe creer en la importancia de un campo determinado para interesarse por aprender sus reglas. En este sentido, es tradicionalista. Por eso es difícil pensar cómo una persona puede ser creativa sin ser tradicional y conservadora, y a la vez, rebelde e iconoclasta».

9. Muchas personas creativas se muestran muy apasionadas con su trabajo, aunque al mismo tiempo pueden mirarlo de un modo objetivo. «Sin pasión, perdemos pronto el interés en una tarea difícil. Pero sin verla con objetividad, puede que no exijamos calidad y acabe careciendo de credibilidad. Por eso, el proceso creativo tiende a desarrollarse en lo que algunos participantes en el estudio han llamado una alternancia entre el yin y el yang».

10. «La apertura y la sensibilidad de las personas creativas a menudo las expone al sufrimiento, pero a la vez a un gran gozo», indica Csikzentmihalyi. «Una gran percepción y emocionalidad puede provocar más ansiedad en estos individuos, pues, como decía Rabinow, “los inventores tienen un bajo umbral del dolor. Las cosas les importan”. Una máquina mal diseñada afecta a un ingeniero tanto como a un escritor le molesta leer prosa mediocre. Estar en la cúspide de una disciplina también te hace vulnerable. Cuando un artista ha invertido años en una escultura o un científico, en desarrollar una teoría, es devastador que después nadie les haga caso».

En su estudio titánico, además de estas características, Csikszentmihalyi encontró algo en común entre todas las personas creativas. Lo más tormentoso es sentir que su creatividad se apaga, que su inspiración y sus ideas van muriendo. «A veces el bloqueo no dura de un día para otro, sino semanas, meses y años. Y cuanto más larga es la pausa entre los libros que escribes, la vida se hace más penosa y frustrante. (…) El bloqueo del escritor es doloroso porque tu identidad está en juego. Si no estás escribiendo, y eres un escritor y te conocen como escritor, ¿qué eres entonces?».

Lo más placentero parece hallarse en el camino mismo. «Cuando alguien está trabajando en el área en la que es experto, los miedos y las preocupaciones se desvanecen y son reemplazadas por la dicha», indica Csikszentmihalyi. «Quizá el atributo que más se repite en los individuos creativos es la habilidad de disfrutar del proceso de creación en sí mismo. Si esto no ocurriera, los poetas dejarían de buscar la perfección y escribirían jingles de anuncios; los economistas trabajarían para bancos que les pagarían más del doble que la universidad; y los físicos dejarían de hacer investigaciones básicas e irían a trabajar a laboratorios con mejores condiciones y expectativas».

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