Economic Growth

¿Deberíamos preocuparnos por las tendencias de la productividad?

The final value of the Dow Jones Industrial Average is displayed on a screen above the floor of the New York Stock Exchange (NYSE) shortly before the closing bell in New York, U.S., December 13, 2016.  REUTERS/Lucas Jackson      TPX IMAGES OF THE DAY - RTX2UWJE

Image: REUTERS/Lucas Jackson

A. Michael Spence
Philip H Knight Professor Emeritus and Senior Fellow at the Hoover Institution, Stanford Graduate School of Business
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El futuro del progreso económico

Los economistas se preocupan no sólo de abordar preguntas difíciles de manera reflexiva, sino también de formular sus propias preguntas. A veces, repensar esas preguntas puede contener la clave para encontrar las respuestas que necesitamos.

Considere el debate sobre la productividad. Los economistas que tratan de explicar la aparente desaceleración estructural del crecimiento de la productividad se han planteado la siguiente pregunta: ¿Dónde está el incremento faltante? Su respuesta abarca las preocupaciones sobre la medición, desplazamientos estructurales en el mercado laboral, una potencial escasez de oportunidades de inversión, innovaciones tecnológicas que diluyen la productividad y disparidades en habilidades laborales que son incitadas por la tecnología.

Sin embargo, también puede ser útil considerar una pregunta más fundamental: ¿Cuánto crecimiento de la productividad realmente queremos, y a qué costo?

No hay duda de que el crecimiento de la productividad es deseable. Es un motor primario del crecimiento del PIB (especialmente en países donde el crecimiento de la mano de obra se está desacelerando) y de las ganancias de los ingresos. El fuerte crecimiento del PIB y el aumento de los ingresos pueden, en ese momento, apoyar el cumplimiento de las necesidades y deseos humanos fundamentales.

Este vínculo es particularmente evidente en los países en desarrollo, donde la expansión económica y el aumento de los ingresos son condiciones previas para reducir la pobreza y mejorar la salud y la educación. Pero el vínculo entre crecimiento agregado y bienestar individual no es menos visible en los países avanzados – en particular en aquellos que ahora luchan con un crecimiento lento, un alto desempleo, brechas en la producción, sobreendeudamiento, desajustes en los tipos de cambio y rigideces estructurales.

Pero esto no significa que el principal objetivo de las autoridades debería ser un mayor crecimiento de la productividad. Las sociedades – incluyendo los gobiernos y las personas individuales – se preocupan por una serie de cosas, desde la atención de la salud y la seguridad hasta la equidad y la libertad. En la medida en que el crecimiento de la productividad – y, a su vez, el crecimiento del PIB y de los ingresos – haga que avancen dichos objetivos de la sociedad, el mencionado crecimiento es altamente deseable.

Sin embargo, existe una tendencia entre los economistas y los formuladores de políticas con respecto a dar demasiado énfasis a las medidas de desempeño relacionadas con el mercado, mientras que simultáneamente tienden a pasar por alto la razón por la que dicho desempeño es importante: el bienestar humano. Los esfuerzos por implementar un marco más amplio con el objetivo de evaluar el desempeño económico, uno que refleje las necesidades y deseos sociales, han fracasado en gran medida.

Con el fin de determinar cuánto crecimiento de la productividad queremos, necesitamos adoptar una visión más amplia, que nos permita decidir la mejor manera de asignar los limitados recursos de la sociedad, especialmente sus recursos humanos más valiosos. Esta perspectiva debe reconocer la posibilidad de que las medidas relacionadas con el mercado, en particular el crecimiento real de los ingresos (ajustado según la inflación), pueden ya no ser tan importantes como lo fueron en el pasado. Y, debe dar cuenta de las prioridades de una sociedad, reveladas en las formas en que sus miembros utilizan sus recursos.

Los descubrimientos y avances relacionados con la salud, por ejemplo, han traído beneficios masivos a la sociedad desde la Segunda Guerra Mundial: aumento en la longevidad y reducción de la mortalidad y morbilidad infantil, y no sólo en la forma de productividad y PIB más altos. Es por eso que el gobierno de, digamos, Estados Unidos invierte tanta cantidad de dinero en investigación médica: los Institutos Nacionales de Salud por sí solos tiene un presupuesto anual de $32 mil millones con el cual financiar proyectos de infraestructura e investigación que a su vez emplean un subconjunto de los mayores talentos científicos del país. Del mismo modo, la Fundación Nacional de Ciencias y el brazo de investigación científica del Departamento de Energía de EE.UU. reciben un total combinado de alrededor de $12 mil millones por año, que utilizan para avanzar en una amplia variedad de metas en los campos de ingeniería, eficiencia energética y energía verde, así como en las ciencias sociales y naturales.

El rendimiento económico de la inversión pública es aún más difícil de calcular con respecto al gasto relacionado con la seguridad, sector donde puede que no se llegue a conocer el total de recursos asignados para mejorar dicha seguridad y la eficacia de los recursos. Pero no hay duda de que la demanda de seguridad es poderosa, en cuanto al bienestar de las personas y, por lo tanto, en cuanto a la asignación de recursos.

En algunos casos, los deseos de las personas pueden realmente colisionar con el objetivo de mejorar la productividad. Los medios sociales, por ejemplo, a menudo han sido ridiculizados como un contribuyente débil o incluso negativo a la productividad. Pero la productividad no es el tema central de los medios sociales. Lo que las personas valoran es la conectividad, la interacción, la comunicación y la diversión que estos medios permiten.

De hecho, para muchas personas, especialmente en los países más ricos, la prioridad no es simplemente enriquecerse, sino vivir una vida más rica, y es con dirección a este último objetivo que canalizarán su tiempo, sus ingresos y su creatividad. A medida que las sociedades se hacen más ricas, el valor relativo que se establece para las diferentes dimensiones de la vida puede desplazarse.

La asignación de recursos de las sociedades irá tras estos desplazamientos de manera imprecisa, pero persistentemente. Esto es especialmente cierto cuando se trata de recursos humanos, pero los recursos del sector público también tienden a responder a las mismas preferencias y valores a largo plazo, independientemente de las imperfecciones en nuestros mecanismos de elección social.

Este tipo de evolución no es exclusiva de países de altos ingresos. China ha alcanzado – o tal vez sobrepasado – la etapa durante la cual un enfoque en la productividad y el crecimiento del PIB corresponde con el sentido de bienestar de los ciudadanos comunes. Como resultado, los recursos de China son cada vez más redistribuidos hacia una cartera más equilibrada que aún incluye crecimiento, pero añade protección ambiental, bienestar social, seguridad e innovación en una amplia gama de campos que se solapan sólo parcialmente con la productividad y el crecimiento de los ingresos.

Todo esto sugiere que una parte sustancial de la disminución en el crecimiento de la productividad puede no ser el resultado de algún problema profundo con la asignación de recursos o alguna consecuencia de los ciclos exógenos de innovación tecnológica sobre los cuales tenemos poco control. Más bien, podría reflejar un desplazamiento natural en las prioridades hacia otras dimensiones del bienestar.

Este cambio no está exento de riesgos. Sin crecimiento de la productividad, los ingresos de los que están en el extremo inferior de la distribución probablemente permanecerán planos, exacerbando la desigualdad y, como hemos estado viendo últimamente, esto pone en peligro la estabilidad social y política. Teniendo en cuenta esto, los gobiernos deben dedicar recursos a la reducción de la desigualdad, independientemente de las preferencias cambiantes del ciudadano promedio.

Las sociedades podrían, sin lugar a dudas, elevar sustancialmente la productividad y el crecimiento de los ingresos si consiguieran reasignar sus recursos en esa dirección. Sin embargo, si oponerse a las preferencias reveladas que se encuentran incrustadas en las opciones de inversión privada y pública nos llevaría a ser, individual y colectivamente, “mejores” es dudoso, en el mejor de los casos. Lo más probable es que simplemente esto no sea cierto.

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