El futuro del progreso económico

La economía global en 2067

Buildings are pictured amid the smog in Beijing's central business district, China, December 21, 2015. Picture taken on December 21, 2015. To match CHINA-ECONOMY/GDP REUTERS/Jason Lee - RTX22ZCE

Image: REUTERS/Jason Lee

Kaushik Basu
Professor of Economics, Cornell University
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El futuro del progreso económico

El mundo está pasando por una crisis económica en cámara lenta, a la que la mayoría de los expertos no le encuentra fin a la vista. Desde la crisis de 2008, la economía global viene creciendo a trancas y barrancas, en lo que constituye uno de los estancamientos más prolongados de la era moderna. En casi todos los países de ingresos medios y altos, los salarios (como proporción del PIB) llevan casi cuarenta años de caída sostenida. Pero, ¿qué pasará en los próximos cincuenta?

Hoy la situación se ve indudablemente mal. El estancamiento económico y el aumento de la desigualdad contribuyeron a una oleada xenófoba y nacionalista en los países avanzados, de la que sirven de ejemplo el voto británico a favor de abandonar la Unión Europea y la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos (y ahora su decisión de retirarse del acuerdo climático de París). Entretanto, numerosos países en desarrollo (sobre todo en Medio Oriente y el norte de África) están sumidos en conflictos, y algunos al borde de la disolución.

Es casi seguro que la turbulencia continuará en el futuro inmediato, pero lo que asoma detrás es materia de discusión. Es verdad que hacer pronósticos a largo plazo suele ser una empresa vana. En 1930, en tiempos similarmente difíciles, nada menos que John Maynard Keynes trató de hacerlo, con su famoso ensayo “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”. Sus predicciones no se cumplieron.

Sin embargo, el intento de Keynes sienta un respetable precedente al arte de adivinar el futuro económico. Así que aquí voy: predigo que en cincuenta años, es probable (aunque no seguro) que la economía global esté en pleno esplendor, con un crecimiento del PIB mundial de hasta el 20% anual, y duplicación de los ingresos y del consumo cada cuatro años, más o menos.

A primera vista, esta descripción parece disparatada. Después de todo, hoy la economía global crece a un ritmo de apenas el 3% anual (un poco peor estos últimos años). Pero no sería la primera vez que el crecimiento económico global acelere a niveles antes inimaginables.

Entre 1500 y 1820, según datos reunidos por el difunto Angus Maddison, la tasa de crecimiento anual del mundo fue apenas un 0,32%, y en grandes áreas del planeta no hubo crecimiento alguno. En China, el ingreso per cápita anual se mantuvo en 600 dólares durante todo el período. A alguien que viviera entonces, el decepcionante 3% de la actualidad le hubiera parecido inconcebible. ¿Cómo podía anticipar la Revolución Industrial, que elevó a 2,25% el crecimiento mundial anual medio entre 1820 y 2003?

Hoy, lo que promete llevar el crecimiento a nuevas alturas es la Revolución Digital. Estamos en medio de un quiebre tecnológico impresionante, en el que los avances en tecnología digital están conectando cada rincón del planeta. Esto no sólo aumenta la productividad de los trabajadores, sino también sus posibilidades de empleo. Por ejemplo, un individuo en un país en desarrollo ahora puede trabajar para una multinacional. El resultado es un incremento de la participación en el mercado laboral.

Pero los efectos económicos de esta tendencia no han sido todos positivos. Por ejemplo, en Estados Unidos el salario medio real (ajustado por inflación) apenas aumentó, pese a que el desempleo se redujo a 4,3%. Al abrir una cuota mayor de los empleos a trabajadores extranjeros más baratos (y cada vez más, máquinas), la tecnología reforzó este “techo salarial”.

La clave para atravesar el techo es cambiar los tipos de trabajos a los que se dedica la gente. Mediante una mejora de la educación y la capacitación (y una redistribución más efectiva), podemos ampliar la proporción del trabajo creativo (desde el arte hasta la investigación científica) que no será automatizable en mucho tiempo.

Aunque ese trabajo pueda parecer un derroche (por la cantidad de personas y de tiempo que se necesita para conseguir un único resultado o avance importante), ese único resultado o avance puede crear valor suficiente para mejorar los niveles de vida de todo el mundo. Y conforme se desarrolle el sector creativo, el crecimiento lo seguirá.

Este resultado es probable, pero no está garantizado. Su obtención demandará cambios fundamentales en la economía y en la sociedad.

En particular, debemos facilitar la transición de los trabajadores a actividades más creativas. Esto supone cambios radicales en los sistemas educativos, incluida la recapacitación de los adultos. También demanda políticas y programas que ofrezcan alguna protección financiera a los trabajadores desplazados, ya que de lo contrario, los dueños de las máquinas y del capital aprovecharán las disrupciones tecnológicas para quedarse con un trozo todavía más grande del pastel económico. En el nivel nacional, esto puede lograrse mediante alguna forma de participación en las ganancias, digamos, que entre el 15 y el 20% de la ganancia total de un país sea “propiedad” de las clases trabajadoras.

También deberán cambiar las pautas de consumo. Si la duplicación cada cuatro años del consumo general implica que también se duplique la cantidad de autos en la ruta o de millas de vuelo de los aviones, no tardaremos en superar los límites del planeta. Sobre todo teniendo en cuenta que el aumento de la expectativa de vida no sólo agravará el crecimiento poblacional, sino que también aumentará la proporción de personas ancianas. Se necesitarán incentivos adecuados para que una parte importante de la riqueza se dedique a la mejora de la salud y al logro de la sostenibilidad medioambiental.

Si no conseguimos hacer esos cambios pronto, es probable que en el próximo medio siglo la economía global se vaya al otro extremo. En ese caso, 2067 será un año signado por más desigualdad, conflicto y caos, en el que los votantes seguirán eligiendo líderes que se aprovecharán de sus temores y padecimientos. Lo que en mi opinión podemos descartar es un término medio en el que el mundo se parezca más o menos a lo que ha sido estos últimos treinta o cuarenta años.

En 1967, el mundo asistió a grandes innovaciones en economía (en junio de ese año se instaló el primer cajero electrónico, en las afueras de Londres) y salud (en diciembre, se efectuó en Sudáfrica el primer transplante de corazón exitoso). Para que 2067 sea un digno centenario de esos avances, es necesario que la dirigencia internacional responda a la confusión actual elaborando e implementando aquellas políticas novedosas que necesitamos para crear un futuro más próspero, equitativo y estable.

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