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Gloria Álvarez: "El futuro es el liberalismo"

Demonstrators clash with riot security forces while rallying against Venezuela's President Nicolas Maduro's government in Caracas, Venezuela, June 19, 2017.  REUTERS/ Christian Veron - RTS17S16

Image: REUTERS/ Christian Veron - RTS17S16

Rogelio Núñez Castellano
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El futuro del progreso económico

Una conversación con la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez, uno de los 25 nuevos rostros de la lista de intelectuales iberoamericanos de esglobal, sobre la nueva generación de pensadores liberales latinoamericanos y el futuro de la democracia.

En octubre de 2014 la joven politóloga guatemalteca Gloria Álvarez saltó en pocas horas del anonimato a convertirse en una figura con proyección mundial. Su apasionado y fundamentado discurso en el Parlamento Iberoamericano de la Juventud, celebrado en Zaragoza, contra los populismos y la demagogia caló muy hondo. El vídeo se transformó en un fenómeno viral en Internet y ha sido reproducido más de quince millones de veces. A partir de entonces ella se convirtió en un referente del pensamiento, el análisis y la reflexión sobre la realidad política latinoamericana e internacional. Fruto de estas reflexiones y su casi inagotable curiosidad intelectual escribió junto a Axel Kaiser el libro El engaño populista.

Ahora aparece su primera obra en solitario, Cómo hablar con un progre, en el que Gloria Álvarez pone en evidencia, utilizando el humor, la ironía y a través de una prosa ágil, sencilla y directa, las ideas y clichés de los “progres” a quienes ella define como “un colectivo de extrema izquierda que, desde una posición de superioridad moral, dicen defender los intereses de la clase trabajadora”. Gloria Álvarez (Ciudad de Guatemala, 1985) es una milenial 1.0, como ella misma se define. Politóloga y experta en Relaciones Internacionales por la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, se forjó en esta institución considerada como la abanderada de las ideas neoliberales. En la actualidad, presenta el programa Viernes de Gloria en Libertopolis Radio y el programa de televisión HDP en el canal Azteca Guatemala. La herencia de su universidad, “la Marro”, está presente en sus textos y en su discurso y de forma muy palpable: desde los profesores que le influyeron (Armando de la Torre) hasta los autores que son pilares de la Marroquín (Frédéric Bastiat, los grandes clásicos del liberalismo, Ayn Rand, Henry Hazlitt, Friedrich Hayek, etcétera).

"El liberalismo no ofrece utopías y permite que haya una sociedad plural que garantiza la igualdad de oportunidades y ante la ley. El futuro es el liberalismo y un gobierno limitado donde lo que predominen sea las libertades, individuales y de mercado"

Gloria Álvarez encarna, por lo tanto, a una nueva generación de pensadores latinoamericanos (en su caso de raíz liberal) y dentro de esa hornada a un grupo específico, el de mujeres intelectuales. Una nueva generación que debe hacer frente y ser capaz de dar respuesta a la actual crisis de los sistemas de partidos, a la desafección ciudadana con respecto a sus representantes y a unas instituciones en ocasiones ineficientes, penetradas por la corrupción y que no canalizan las demandas sociales. El futuro de la democracia pasa por encontrar nuevas herramientas que reconecten a los ciudadanos con el modelo democrático a través, por ejemplo, de unas nuevas tecnologías que sirvan para reforzar a esas democracias y no para socavarlas. Ese es el gran desafío que encaran estos jóvenes intelectuales latinoamericanos y de ello hablamos con Gloria Álvarez.

Su primer libro El engaño populista, escrito junto con Axel Kaiser, y este último, Como hablar con un progre (Ediciones Deusto), son un canto a la libertad y una herramienta para combatir las amenazas a las libertades individuales. ¿Cree que esa es, en la actual coyuntura, la principal tarea para las nuevas generaciones de pensadores políticos como usted?

Gloria Álvarez. Efectivamente, nos encontramos en plena batalla por las ideas. Los liberales consideramos que se puede tener Estado del Bienestar pero con libertades individuales, de comercio y libre mercado. Por el contrario, el socialismo y comunismo, que no tienen ninguna diferencia en sus objetivos más allá de los métodos, persiguen alcanzar su fin último que es la esclavitud del ser humano, como decía Ayn Rand. El socialismo a través del voto y el comunismo a través de la fuerza. El “socialismo del siglo XXI” ha llegado por los votos al poder para acabar con la democracia. Muchos lo califican como socialismo democrático porque es lo que “la gente votó”, por lo que todo lo que hagan está legitimado por la democracia. Lo que impide que un socialista avance hasta sus últimas consecuencias es la separación de poderes y la fortaleza de las instituciones. La agenda socialista no alcanza sus objetivos máximos cuando hay instituciones pero llega a su cumbre en repúblicas bananeras con instituciones débiles como ocurre en Venezuela. Uno de nuestros esfuerzos, por lo tanto, es defender, mejorar y ayudar a cimentar las instituciones.

En su libro habla sobre la necesidad de rearmarse intelectualmente porque vivimos una época marcada por la batalla de las ideas. ¿Estamos atravesando un momento histórico de fuerte pugnacidad política como ya se vivió en los 30 o en los 70?

G. A. Ahora estamos atravesando por un momento en el mundo en el que está aumentando la polarización entre derecha e izquierda. Por ejemplo, en mi país, Guatemala, en los 90 estábamos tan hartos de las guerras civiles que nadie hablaba de política. El consejo era: haz plata y olvídate de la política. Ahora es diferente, sobre todo por el auge de los populismos de izquierda desde la pasada década. Ante esa situación es necesario salir a combatir con ideas las propuestas de la izquierda. Una izquierda que en mi libro asume el rostro del progre que encarna el rol de víctima, autoritario (se siente dueño de la calle), que se cree en posesión de la verdad y que pasea por el mundo enarbolando la bandera de la superioridad moral. Intransigente con las opiniones contrarias y con escasa inquietud intelectual (el progre puede no saber de nada, pero tiene opinión sobre todas las cosas), hipócrita (critica el dinero pero ama la buena vida). Yo provengo de otra tradición: a mí me cambió la perspectiva ideológica Hayek con el libro Los fundamentos de la libertad. Él habla de la responsabilidad individual y algunas frases me marcaron de forma definitiva como cuando afirma que “ser libre es ser responsable de ti mismo”. Eso me liberó: podré fracasar pero fracaso yo. Entendiendo eso me llevó a entender la libertad económica.

En realidad, propone una tarea a los nuevos pensadores latinoamericanos que va más allá de la mera propaganda o tarea de divulgación. Buscan transformar la sociedad desde su misma raíz.

G. A. Es muy difícil convencer a las personas de que el libre mercado es conveniente solo con argumentos económicos o economicistas. Hay que hacer un trabajo psicológico mucho más profundo. Es necesario reconstruir la autoestima de la persona para que se sienta digna y capaz de entrar en el mercado libre, para competir. A la hora de la verdad, la persona que no se ha fortalecido psicológicamente no se siente fuerte para competir en ese mundo. Hay que rearmarlos con ideas y en esa tarea todo sirve: los libros, programas de radio y televisión, las nuevas tecnologías. Incluso, el cine o las series que trasmiten valores de defensa de la libertad y que se transforman en una buena herramienta para captar a la juventud y acercarles los principios liberales porque son medios con una gran y más fácil llegada.

Tenemos modelos políticos que hunden sus raíces en el siglo XVIII y XIX y constituciones del siglo XX en plena 4ª Revolución Tecnológica e Industrial ¿Cómo ven los nuevos pensadores liberales que debe ser la democracia en el siglo XXI?

G. A. La democracia no es suficiente porque democracia es la voluntad de la mayoría y si esta decide acabar con los derechos del individuo, podría hacerlo. La democracia necesita un límite que es la república, el Estado de Derecho, que concibe al individuo y sus derechos como la base de todo lo demás. La razón fundamental de la existencia de un gobierno es garantizar los derechos individuales y que las mayorías no aplasten a las minorías. Democracia sin república es tiranía de la mayoría; república sin democracia es la tiranía de la oligarquía. En América Latina estamos obsesionados por la democracia cuando es un mecanismo que se va a quedar corto para lo que queremos: proteger los derechos individuales. Tenemos constituciones incongruentes que dan y quitan derechos y libertades según el burócrata de turno. Si hay reglas incongruentes, la realidad acaba siendo incongruente.

Eso significa un cambio integral (social, político e institucional) al hilo del cambio tecnológico.

G. A. Es necesario un trabajo de reestructuración que debe ir a la base, al mismo contrato social. Necesitamos nuevas reglas de juego para elegir representantes, formar las instituciones y una vez que las diseñemos podemos tener partidos políticos que nos presenten sus propuestas. Es un complejo trabajo de reingeniería institucional y política. En este campo, las nuevas tecnologías pueden transformar el mundo de la política y el de la relación entre el ciudadano y las instituciones. Pueden contribuir a hacer más transparente el gasto público, por ejemplo. Por qué no pensar en una aplicación para pagar impuestos que nos permita colocar nuestro aporte en el rubro que a cada uno le interesa, incentivando, de paso, el pago rápido de nuestros impuestos, ya que en caso de hacerlo tarde correríamos el riesgo de que el rubro de nuestro interés ya estuviera completado. Una aplicación que nos permitiría saber al instante cómo y dónde se gasta nuestro dinero, individualizando así la cadena de responsabilidad. Esto acortaría la brecha comunicacional entre el gobierno y el gobernado.

Pero existe el riesgo de que las nuevas tecnología banalicen la política (ideas en 140 caracteres como en Twitter).

G. A. Ese riesgo existe pero las tecnologías te permiten poner un plato apetecible ante los ojos de los usuarios para que cada cual profundice cuanto quiera. Sirve para tirar la caña y quien lo desee que se ponga a pescar. Poseen un gran potencial para esparcir las ideas. Las minorías son las que transforman la realidad y la gente necesita líderes. Lo que hay que lograr es que esos líderes tengan las ideas claras. La crisis de Venezuela se debe a que sus élites perdieron el norte. Cuando la élite no está dispuesta a luchar por las ideas, arriesga el largo plazo apostándolo todo por el corto plazo. Ese es el caso de Nicaragua donde la élite empresarial está prosperando bajo el régimen de [Daniel] Ortega y pasa por alto el autoritarismo del sandinismo orteguista.

El cliché que existe es que el liberalismo es sinónimo de conservadurismo y usted misma siempre dice que por donde va es calificada como “facha”.

G. A. El liberalismo choca con la izquierda que propone el “todo gratis” y con el conservadurismo moral. El liberalismo no ofrece utopías y permite que haya una sociedad plural que garantiza la igualdad de oportunidades y ante la ley. El futuro es el liberalismo y un gobierno limitado donde lo que predominen sea las libertades, individuales y de mercado y no las alternativas de izquierda (el fracasado socialismo del siglo XXI) o conservadoras (obsesionadas por la homofobia, la extrema religiosidad o el prohibicionismo de las drogas).

Se ha convertido en una figura emblemática como pensadora y divulgadora de ideas liberales. ¿Qué otros pensadores relevantes y mujeres liberales destacaría como interesantes a seguir en este momento?

G. A. Existe toda una generación que está trabajando en la senda liberal. Se trata de figuras como la de Vanesa Vallejo en Colombia, Aixel Kaiser en Chile, Benegas Lynch y Alejandro Martí en Argentina, el Partido Novo y el Instituto Misses en Brasil, los hermanos Regil, Luis Alberto Salinas en México, el Movimiento Unidad en Nicaragua o Rosa María Payá en Cuba. Es muy destacable la presencia y el peso de la mujer en el mundo de las ideas políticas: además de las citadas Vanesa Vallejo y Rosa María Payá destaca María Blanco González, quien lleva a cabo una reivindicación de la mujer liberal frente al feminismo radical.

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