La transmision intergeneracional de la exclusión social en España

A beggar asks for alms during the International Day for the Eradication of Poverty in downtown Malaga, Spain October 17, 2016. The signs reads, "A help, please". REUTERS/Jon Nazca - RTX2P89Q

Image: REUTERS/Jon Nazca

Borja Barragué
Profesor de Filosofía del Derecho, Universidad Autónoma de Madrid.
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Matthew Desmond, profesor de Sociología en la Universidad de Harvard y autor de Evicted: Poverty and Profit in the American City, dice que los desahucios son “quizá el proceso menos estudiado de cuantos afectan la vida de los pobres que habitan en las ciudades”. En Evicted, Desmond nos hace un tour por los barrios más pobres de Milwaukee para contarnos la historia de ocho familias que viven al borde del desahucio. Es decir, Desmond nos hace visita guiada por los barrios más depauperados de Milwaukee para contarnos una historia de desigualdad y exclusión social, donde los desahucios no son más que una ilustración de ello. En Milwaukee como en Sevilla, Madrid o Barcelona, el desahucio no es otra cosa que el resultado final de un proceso en el que convergen muchos factores. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de exclusión social?

Aquí a la mayoría de la gente se nos vienen a la cabeza escenas como las que encontramos en “El pico” de Eloy de la Iglesia o el “Le Havre” de Kaurismäki. Poca gente suele pensar en personajes como las “Solas” de Benito Zambrano cuanto hablamos de exclusión social. Sin embargo, la exclusión es un fenómeno multidimensional que no se circunscribe a factores económicos (empleo, ingresos), sino que tiene además una vertiente política o ciudadana (educación, salud, vivienda) y social (conflictos familiares, aislamiento social). Quizá el personaje que interpreta María Galiana en la película de Zambrano tenga una pensión equivalente al 150% del SMI. Pero eso no ha evitado su aislamiento social. La exclusión social es un problema con múltiples rostros. ¿Pero qué sabemos de su evolución más reciente en España?

Según un trabajo de Nerea Zugasti para el Observatorio Social de “la Caixa”, en el periodo 2007-2013 se ha producido un agravamiento de los principales factores determinantes de la exclusión. Ha aumentado la exclusión en el mercado de trabajo –sobre todo porque ha aumentado el número de hogares con todos sus miembros en paro y cuyo sustentador principal está desempleado-, pero también la exclusión en dimensiones relevantes como la salud y la vivienda.

Figura 1. Evolución de las diferentes dimensiones relacionadas con la exclusión social

Fuente: extraído de Zugasti 2017.

Como se observa en el gráfico 1, la exclusión social se ha agravado en los años inmediatamente posteriores a la crisis en casi todas sus dimensiones. Ahora bien, esto no significa que este empeoramiento haya afectado a los diversos grupos sociales de forma uniforme. El gráfico 2 muestra la evolución de las tasas de exclusión entre 2007 y 2013 por grupos etarios.

Figura 2. Evolución de la exclusión por grupos de edad (2007-2013)

Fuente: extraído de Zugasti 2017.

Durante la crisis se ha duplicado la tasa de exclusión entre los más jóvenes y disminuido la de los mayores de 65. Lo primero es un problema tanto si lo que nos preocupa es la equidad –es difícil hacer responsable a un niño de 10 años por las (malas) decisiones de sus padres–, como si es la eficiencia –estamos perdiendo capital humano en la parte (más) baja de la distribución. Hasta aquí, el diagnóstico. ¿Pero qué podría hacer el policy maker preocupado por los efectos perjudiciales de la transmisión intergeneracional de la exclusión social?

En un artículo publicado recientemente, Luna Bellani y Michela Bia analizan el impacto de la pobreza infantil en nuestros ingresos y riesgo de pobreza futuros y el efecto que tiene sobre ello la variable (intermedia) educativa –para la que en inglés emplean la denominación acrónima de ACME, desconozco si con algún sentido del humor.

Bellani y Bia encuentran no sólo que criarse en un hogar (UE-28) que pasa estrecheces económicas hace que disminuyan nuestros ingresos salariales futuros y aumente por 1,4 la probabilidad de incurrir en situaciones de pobreza cuando adultos –un resultado particularmente robusto, observan Bellani y Bia, para los países mediterráneos y del centro y este de Europa–, sino también que la educación juega un rol mediador determinante en el efecto causal que tiene la pobreza infantil sobre nuestros ingresos y riesgos de pobreza futuros, representando más del 30% efecto total.

Las malas noticias son que la crisis ha acentuado el riesgo de transmisión intergeneracional de la exclusión social en España. Las buenas que existen políticas que pueden corregir ese problema y que además tenemos evidencia sobre su impacto. Ahora “sólo” (yo sí que tengo sentido del humor) falta alguien con la voluntad política de ponerlas en marcha.

Artículo realizado con la colaboración del Observatorio Social de “la Caixa”

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