Resilience, Peace and Security

Prevenir una escalada entre la OTAN y Rusia

NATO Secretary-General Jens Stoltenberg delivers a speech during a meeting with students in Tbilisi, Georgia, September 8, 2016. REUTERS/David Mdzinarishvili - RTX2OM0Y

Image: REUTERS/David Mdzinarishvili

John Mccoll
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International Security

Tras declararse escéptico respecto de la OTAN durante la campaña, el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, comienza a bosquejar una política exterior que puede tener amplias implicaciones para la difícil situación de Europa en materia de seguridad. La posibilidad de que Estados Unidos se aleje de la Alianza llega justo cuando las relaciones entre la OTAN y Rusia están en un mínimo histórico. El considerable aumento de las actividades militares de ambas partes obliga a buscar ideas nuevas para el manejo de posibles confrontaciones futuras.

Las actividades militares de Rusia en las fronteras de la OTAN durante los últimos tres años han incrementado el riesgo de accidentes o errores de cálculo capaces de provocar una escalada de tensiones. Son imaginables diversos tipos de incidentes con potencial de pérdida de vidas en los mares Báltico y Negro, por ejemplo vuelos rasantes de aviones de combate sobre buques de guerra o la interceptación agresiva de aeronaves de reconocimiento. Posibilidad que se tornó muy real en noviembre de 2015, cuando Turquía derribó un avión ruso de combate cerca de la frontera con Siria.

Un informe reciente de la Red Europea de Liderazgo (ELN) señala que los acuerdos bilaterales de manejo de incidentes entre diversos países de la OTAN y Rusia todavía tienen importantes lagunas; no están armonizados entre sí ni adaptados a actividades civiles o tecnologías modernas como el uso de vehículos aéreos no tripulados (drones).

Para peor, el marco actual no incluye a países fronterizos de la OTAN, como Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Rumania, y tampoco a Finlandia y Suecia, que no pertenecen a la OTAN. Es una omisión grave, que aumenta el riesgo de confusiones y malentendidos en un espacio geopolítico insuficientemente regulado, sobre todo porque no está claro hasta qué punto los países excluidos deberían cumplir el Acuerdo para la Prevención de Incidentes Marítimos entre Estados Unidos y Rusia en sus operaciones conjuntas.

En un entorno internacional tan difícil y volátil, es imperioso establecer un marco para el manejo de encuentros entre ejércitos contrarios (y los vehículos aéreos y navales civiles que operen en medio de aquellos) que maximice la transparencia y la previsibilidad. El informe de la ELN, por su parte, identifica varias medidas inmediatas que pueden reducir considerablemente la probabilidad de una escalada accidental, al menos en el corto plazo. Todos los estados miembros de la OTAN y sus socios, junto con Rusia, deberían considerar las propuestas de la ELN y elaborar una estrategia integral y multifacética para el manejo de confrontaciones y la prevención de escaladas.

Para definir pautas de manejo de incidentes entre ejércitos en tiempo real, es necesario que las fuerzas armadas de todos los países pertinentes adhieran a protocolos de comunicación y normas de conducta rigurosos. Allí donde los mecanismos bilaterales actuales no sean aplicables, los aliados que actúen bajo el mando operativo de la OTAN (o países asociados bajo el mando de un aliado de la OTAN) deberían adoptar los nuevos protocolos de reducción de riesgos (y garantizar su cumplimiento). Al mismo tiempo, es necesaria una modernización de los acuerdos bilaterales actuales, para que reflejen las nuevas realidades militares, y su posterior cumplimiento estricto por todas las partes.

Los miembros de la OTAN y sus socios deben adoptar los principios y protocolos establecidos en este nuevo marco, y aplicarlos como prácticas recomendadas en las actividades que se realicen en estrecha cercanía de vehículos aéreos y navales de Rusia. Por ejemplo, todas las partes deberían tener un conocimiento más claro de las regulaciones detalladas que rigen las velocidades y distancias en maniobras militares, así como los métodos de señalización con luces y banderines. Además, en un entorno no regulado como el actual, sería beneficioso para ambas partes contar con un acuerdo para la vigilancia continua de frecuencias de radio.

Un resultado más importante es que un nuevo marco de seguridad puede mejorar los canales y las prácticas de comunicación entre militares y civiles, lo que garantizaría la seguridad de corredores aéreos y marítimos congestionados. Esto puede lograrse bajo los auspicios de la Organización de Aviación Civil Internacional, y por medio de sistemas compartidos de control de tráfico aéreo y seguimiento de radares en tiempo real, líneas de comunicación exclusivas y procedimientos conjuntos para la respuesta a actividades aéreas sospechosas.

Es crucial que se organicen mecanismos de interacción no sólo entre la OTAN y Rusia, sino también entre los controladores de tráfico aéreo militares y civiles de cada lado. Algunos países objetarán con razón que dar a todos los controladores de tráfico aéreo acceso a los mismos datos puede suponer un riesgo para la seguridad, pero la necesidad de proteger a los civiles y evitar confrontaciones militares accidentales lo justifica.

El último componente del nuevo marco se desarrollaría bajo los auspicios de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, que ya ofrece una red de comunicaciones entre capitales nacionales que podría usarse para coordinar operaciones en tiempo real. Además, con una ampliación de sus funciones, la OSCE podría impulsar que los estados miembros reevalúen y revitalicen el Documento de Viena sobre la provisión de medidas para la generación de confianza y seguridad, piedra angular de la seguridad europea.

En la reunión del Consejo OTAN-Rusia de esta semana, los gobiernos de ambas partes deberían analizar diversas propuestas (nuevas o ya formuladas) para la reducción de riesgos, la mejora de la transparencia y la prevención de incidentes militares peligrosos, antes de que sea demasiado tarde.

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