¿Por qué ciertos lectores lo comentan todo?

Hector Sigala (lower left, hands), digital media director for the Bernie Sanders election campaign, works on the campaign's social media accounts at the digital team's office in Washington D.C., March 17, 2016. Picture taken March 17, 2016.  REUTERS/Melissa Fares - RTSDDX8

Image: REUTERS/Melissa Fares

Esteban Ordóñez Chillarón
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Hay gente que pasa el día escribiendo comentarios a artículos, noticias, posts, vídeos. Basta con visitar con frecuencia una revista, un periódico o un blog que tenga un tráfico considerable para encontrar unos cuantos usuarios fijos que dejan sus impresiones, sus quejas o sus amenazas en gran parte de lo publicado. Algunos comentarios son casi tan grandes como el propio texto. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué les lleva a gastar su tiempo en glosar las historias de otros? ¿Qué les aporta? ¿Ego? ¿Desahogo? ¿Aprendizaje?

Christie Aschwanden, de Five Thirty Eight, ha realizado una encuesta masiva para descubrirlo: «Pensaba que muchos comentaban para decirle a la gente lo que saben o para corregir errores. La encuesta me muestra que ellos tienen en realidad muchas razones. Confirmé mi sensación de que muchos de ellos incurrían en un mansplaining, pero también encontré que algunas personas no sólo escriben para gritar sus puntos de vista, sino que buscan nuevas ideas y ponen a prueba sus visiones con lo que otros piensan», explica Aschwanden a Yorokobu.

Algunos de los resultados reflejan ciertos desajustes sociales. Un caso claro lo muestra la enorme diferencia entre hombres y mujeres a la hora de comentar. El 76% de quienes llenan la sección de comentarios son hombres; mujeres, sólo el 23%. Lo cual evidencia que el impulso del hombre para visibilizar sus ideas y sus críticas supera con creces al de las mujeres. En estos casos, la libertad de expresión está un poco acaparada por la parte masculina.

El estudio La cara oculta de los comentarios de The Guardian indagó en los estigmas de género y de raza que se intentaban perpetuar en las secciones de comentarios del periódico. La cabecera británica sacó a la luz que, de los diez autores más acosados, ocho eran mujeres y dos hombres. Hombres negros.

Preguntada por qué comentarios le molestan más, Christie Anschwanden parece corroborar las conclusiones del informe de The Guardian: «La gente que corrige errores que no son reales, y los tipos sexistas y amenazantes. En internet, las mujeres habitualmente han recibido comentarios misóginos, y eso puede ser muy tóxico». Ella procede sin contemplaciones. Ignora los comentarios y bloquea a los autores, pero, aun así, «puede ser muy angustioso».

En cuanto a la edad, según su encuesta, el rango más activo sería el que va de los 20 a los 40 años. En este intervalo se sitúa más de la mitad de los comentadores.

En lo que respecta al motivo por el que los usuarios empeñan su esfuerzo en dejar huella al final de un artículo, el 20% lo haría para ofrecer su propia perspectiva u opinión; el 19%, para corregir algún error; o el 18%, para sumarse a una discusión. Habría, después, otros motivos minoritarios: hacer reír, alabar, preguntar… Según el estudio, los trolls ocuparían sólo el 1%, y los que buscan subirse el ego, el 4%.

Esta encuesta, como los sondeos electorales, puede ser víctima también del llamado ‘voto oculto’. El acto de comentar implica un exponerse a la valoración o al cuestionamiento de los demás, está en juego nuestra imagen, aunque sea bajo pseudónimo. De hecho, como señaló Anschwanden, los temas que más pasiones despertaban eran aquellos que tocan a la esfera personal del lector y los que golpean de alguna forma su identidad.

Muchos comentarios esconden un afán destructivo, ofensivo. Se detecta en muchas de estas glosas el ‘factor sádico’. Se da en los textos en los que el autor parece exponer una parte sincera de sí mismo, ya sea por el estilo de escritura o por la historia en sí. Es común en estos casos encontrar lectores que aprovechan cualquier descuido del post (y si no lo hay, lo inventan) no para desautorizar el texto, sino para atacar al autor, citando su nombre, como si así entrara más directo el navajazo, y cuestionar desde su profesionalidad hasta su valía como ser humano. Se trata de una urgencia de ensañamiento que algunos se atreven a satisfacer gracias a la impunidad que ofrece lo virtual.

«Ojalá entendiera por qué lo hacen», expresa Christie Aschwanden. «Varias personas en la encuesta dijeron que les divertía trolear, y parecía ser un juego para ellos. No estoy segura de que estas personas entiendan el impacto que puede tener su comportamiento. O quizás lo saben y justo es lo que intentan: desanimar a la gente».

Como justificación a la pasión verbal que se vierte en los comentarios cabría esperar una gran actividad de pensamiento o una enorme avidez lectora. Aschwanden deseaba conocer si los visitantes del sitio leían completamente las piezas antes de comentar. La mayoría respondieron que sí.

Sin embargo, se han hecho varios estudios en los que se comprueba que la mayoría de usuarios de redes sociales que comparten una noticia o la critican lo hacen sin haber abierto el enlace, esto es, leyendo sólo el encabezado. Un informe de la Universidad de Columbia y del Instituto Nacional Francés, del que se hizo ecoeldiario.es, revelaba que el 61% de los retuits de noticias se hacían sin clicar el enlace y, por tanto, sin ver el contenido.

La redactora de Five Thirty Eight llevaba tiempo dándole vueltas a estos interrogantes y decidió intentar responderlos a través de una encuesta: consiguió hablar con 8.500 internautas. Como cuenta en su artículo, su fascinación con la mente de los comentadores comenzó por «exasperación». La chispa final para que se lanzara a planificar el sondeo la prendieron los lectores que corrigen errores de manera obsesiva, incluso cuando el error no existe.

Aschwanden veía estos comportamientos desde fuera, con extrañeza: «Con la excepción de mi propio blog (donde tengo una audiencia cordial), no creo que alguna vez haya dejado comentarios. Aunque me divierte debatir, me parece que, de normal, la sección de comentarios no es un buen lugar para una conversación productiva», cuenta.

La autora reconoce que los resultados no pueden tomarse como una verdad absoluta, aunque sí aportan una aproximación a las distintas motivaciones que hay detrás de estos comentaristas. Los resultados secundan las conclusiones de un trabajo de la Universidad de Texas y del proyecto Engaging News Project, esto es, que «las tres razones más comunes para glosar un artículo eran expresar una emoción o una opinión, añadir información o corregir imprecisiones e información equivocada», referenciaba en el artículo.

Aschwanden creía que sería complicado conseguir un buen volumen de respuestas, por eso, para compensar la pereza de los internautas, inicialmente escribió una encuesta con respuestas cerradas, tipo test: «Pero mi editor me sugirió cambiar las preguntas, hacerlas abiertas; pensábamos que no conseguiríamos más que unos cientos de respuestas, y en lugar de eso, llegamos a 8.500», relata.

La sensación que le quedó a la articulista de Five Thirty Eight tras toda la investigación es que las secciones de comentarios son como «clubes de lectura donde los participantes, rutinariamente, no se han leído el libro».

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