¡Pues claro que el petróleo seguirá barato!

OPEC logo is pictured ahead of an informal meeting between members of the Organization of the Petroleum Exporting Countries (OPEC) in Algiers, Algeria September 28, 2016. REUTERS/Ramzi Boudina/File Photo - RTX2QS38

Image: REUTERS/Ramzi Boudina

Gonzalo Toca
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Hace pocas semanas, el club de los mayores productores de petróleo del mundo llegó a un acuerdo con el que decían que iban a relanzar los precios del crudo. Algunos inversores y periodistas han sacado el champán y se pueden estar equivocando… y no sólo por no tener en cuenta el efecto Trump.

Recapitulemos. El miércoles 28 de septiembre, la OPEP, el cártel que agrupa a los mayores productores mundiales de oro negro, pactó en Argelia poner un tope a la producción mundial de alrededor de 33 millones de barriles diarios a finales de noviembre, que supondría, en estos momentos, recortar casi 800.000 barriles diarios.

Los más optimistas ya preveían tres consecuencias interesantes: primera, la reducción animaría los precios, porque habría menos oferta en un mercado con la misma demanda; segunda, el acuerdo significaba un acercamiento inesperado (y prometedor) entre dos púgiles geopolíticos como Teherán y Riad y tercera, esta decisión anticipaba nuevos recortes aún más relevantes en los próximos meses y años.

La respuesta no se hizo esperar. En la jornada siguiente, el petróleo de referencia en Europa (Brent) se catapultó casi un 6% y el de referencia en Estados Unidos (WTI) se apreció algo más de un 5%. Además, se produjo una feliz coincidencia. El Departamento de Energía de la primera potencia mundial acababa de anunciar que, durante la semana anterior, las existencias nacionales de crudo habían caído en casi dos millones de barriles cuando los expertos esperaban que aumentasen en más de tres millones.

Todos sabemos sumar y restar: la OPEP había anunciado la reducción de su producción y uno de los dos mayores importadores de crudo del mundo decía que sus inventarios habían adelgazado. Iba a haber menos oro negro fluyendo por el mundo gracias a que los que los producen iban a obtener menos y a que uno de los que lo acumulan poseía menos de lo esperado en sus arcas. Los inversores empezaron a tomar posiciones sobre los futuros de los combustibles fósiles. Llegó un calentón del mercado que disparó en más de un 10% el barril durante el mes siguiente al anuncio del acuerdo.

Decíamos antes que esto suponía un acercamiento inesperado y prometedor entre Irán y Arabia Saudí, según algunos analistas. Aunque sólo fuese por dinero y porque su principal fuente de ingresos no siguiera con un precio casi de risa, la gran potencia chií y la gran suní estaban, por fin, de acuerdo en algo. Quizás fuese el principio de una relación vecinal razonable, es decir, sin más sangre derramada en Irak, sin apoyos o justificación a causas y bandas terroristas y yihadistas de distinto signo para hacerse con la hegemonía en el islam o, por qué no, sin más devastación, guerra civil y oleadas de refugiados en Siria.

¿Hablarán, por fin, de dinero?

Desde luego, era una ambición y una ensoñación tentadora. Los amantes de la real politiksospechaban que, por fin, las relaciones entre estos dos púgiles geopolíticos iban a regirse más por intereses que por unas pasiones religiosas que, a veces, llegaban a debilitarlos y consumirlos profundamente frente amenazas que sí eran de este mundo.

Destacaba entre esas amenazas la emergencia del gas y del crudo no convencionales en Estados Unidos o Canadá, que Donald Trump va a recrudecer probablemente recortando los requisitos administrativos y regulaciones medioambientales de los proyectos extractivos y revitalizando el Keystone XL, un oleoducto que transportaría a EE UU un petróleo altamente contaminante y obtenido a partir de las arenas bituminosas canadienses.

Otras amenazas eran el rápido abaratamiento de las fuentes de energía renovables, el menor consumo de combustibles fósiles por parte de máquinas y vehículos más eficientes e incluso híbridos y la creciente influencia de los países que no son de la OPEP a la hora de fijar los precios del crudo en detrimento del cártel.

¿Por qué se asumía el deshielo entre Riad y Teherán? En principio, Irán, y en un segundo plano Irak y Libia, estaban volviendo a los mercados internacionales después del acuerdo entre Washington y el régimen de los ayatolás y de la progresiva normalización de la producción iraquí y libia (sabemos que la palabra ‘normalización’ en algunas regiones no es incompatible con que parte de su territorio lo domine Daesh o con que se produzcan estallidos de una lucha sectaria). Necesitaban los recursos de su principal riqueza natural para apuntalar sus instituciones, renovar sus infraestructuras, mejorar los servicios públicos, mitigar la pobreza y ganarse a la población con subsidios.

En definitiva, si Irán estaba dispuesto a no aumentar su producción después de haberla mantenido en mínimos durante años y a renunciar a unos ingresos extras tan necesarios, entonces eso podía interpretarse como un gesto muy potente sobre el deshielo de las relaciones con Arabia Saudí.

El tercer aspecto que suponía, aparentemente, el anuncio de la OPEP del 28 de septiembre era que parecía anticipar nuevos y aún más relevantes recortes de producción en los próximos meses y años. Teniendo en cuenta que la rebaja de más de 700.000 barriles diarios era, a efectos de mercado, poca cosa (los países de la OPEP produjeron casi 34 millones de barriles diarios sólo en octubre), este movimiento no se habría producido si los saudíes y los iraníes descartasen nuevos pactos en el futuro próximo. Sin más sacrificios, sus esfuerzos se quedarían en meses en poco más que papel mojado.

Pueden equivocarse

¿Por qué se equivocan probablemente los analistas y periodistas que se han lanzado a celebrar el acuerdo del 28 de septiembre? Para empezar porque, como recuerda Daniel Lacalle, director de inversiones de Tressis Gestión, “el pacto en sí no establece por ahora con claridad las cuotas individuales, unas cuotas que, por cierto, sabemos que, históricamente, los países han tendido a saltarse”. En este momento, es exclusivamente una declaración de intenciones que ha propulsado el precio del crudo de manera temporal.

Dicho con mayor claridad, los expertos en inversión en materias primas, como Lacalle, no esperan que la producción de la OPEP se reduzca en más de 700.000 barriles diarios y mucho menos si no se le asigna un recorte específico a cada miembro del cártel. La OPEP asegura que tendrán listas las cuotas para el 30 noviembre, cuando han prometido poner en marcha el acuerdo definitivo, pero todavía quedan muchas dudas a pesar de que existan señales positivas como las recientes declaraciones optimistas del secretario general del cártel o el acercamiento de Rusia, que de todas formas deja algunas dudas porque se espera que acelere su producción en 230.000 barriles diarios este año.

Por si fuera poco, aunque finalmente recortasen lo prometido, Daniel Lacalle advierte de que seguiría quedando “un millón de barriles diarios de sobreoferta después de la reducción”. Esto significa que el recorte no resolvería de ninguna manera el principal motivo por el que el petróleo sigue barato. Además, esa sobreoferta puede aumentar aunque no lo haga la producción: basta con que la demanda siga débil, que es lo que espera la Agencia Internacional de la Energía para este año y el que viene.

La demanda de crudo se frena porque se está enfriando el crecimiento económico mundial, porque la demanda de China está derrapando y porque, al mismo tiempo, el consumo de energía se ha vuelto mucho más eficiente y las energías renovables cada vez son más competitivas en el precio. Los vehículos híbridos y los contadores inteligentes se extienden a toda velocidad y los nuevos materiales, el big data e Internet de las cosas están revolucionando una vez más la distribución de electricidad y la producción y gestión de los parques solares, eólicos e hidráulicos.

Además, las señales positivas de la OPEP son profundamente ambiguas. A pesar de las declaraciones optimistas, lo cierto es que la Organización International de la Energía ha documentado que el cártel de los mayores productores mundiales de petróleo elevó hasta máximos históricos su producción de septiembre y la aumentó en 230.000 barriles diarios más en octubre. Ni es un movimiento inteligente a la hora de reducir la sobreoferta ni es un gesto de seriedad anunciar que se cierra el grifo en el plazo de dos meses pero que, en ese tiempo, no está descartado abrirlo todo lo que se pueda.

Otro punto que hace dudar, y mucho, del acuerdo definitivo del 30 de noviembre es que la OPEP, aunque todos sus miembros están convencidos de que hay que reducir la producción para impulsar el precio y ajustarlo mejor a la demanda mundial, está muy dividida a la hora de distribuir las cuotas.

Países con graves problemas económicos como Venezuela o Nigeria, con conflictos como Libia o Irak o necesitados de ingresos extras después de años de aislamiento y sanciones como Irán se niegan a asumir recortes significativos. Arabia Saudí y las petromonarquías del Golfo saben que tendrán que arrimar el hombro, pero no quieren ni oír hablar de cargar con todo el peso de la reducción.

Lamentablemente para ellos, aunque la OPEP se pusiera de acuerdo tampoco bastaría. Sus miembros representan menos del 40% del petróleo que se produce en el mundo y su capacidad para manipular los precios es cada vez más limitada. Tendrán que contar con la ayuda de naciones como Rusia, Brasil, Kazajstán, Azerbaiyán, México, Omán, Noruega o Estados Unidos, que galopa hace años a lomos del crudo y el gas no convencionales y lo hará con más fuerza gracias a Donald Trump.

Aunque la mayoría de esos países han dado muestras de colaboración desde abril, es altamente discutible que eso signifique que estén dispuestos a cerrar sus grifos. De hecho, la Agencia Internacional de la Energía espera que Rusia, Canadá, Brasil y Kazajstán eleven, en total, su producción en 700.000 barriles el año que viene que neutralizaría prácticamente el recorte de la OPEP en noviembre.

Si el acuerdo de noviembre fracasa a la hora de fijar cuotas o, en los meses siguientes, no viene acompañado de más reducciones de producción, entonces el petróleo seguirá barato como mínimo durante el próximo año. El aspecto más relevante del acercamiento puntual entre Rusia, Irán y Arabia Saudí –la política petrolífera– habría fracasado. El champán de la euforia del deshielo de este triángulo geopolítico, que podría contribuir decisivamente a resolver la tragedia de Siria, habría que devolverlo, por el momento, a la nevera.

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