Dos veinteañeros están creando una nueva industria española de transporte espacial

The Orbital ATK Antares rocket, with the Cygnus spacecraft onboard, launches from Pad-0A, to deliver a cargo ship for the International Space Station at NASA's Wallops Flight Facility in Virginia, U.S. on October 17, 2016.   Courtesy Bill Ingalls/NASA/Handout via REUTERSATTENTION EDITORS - THIS IMAGE WAS PROVIDED BY A THIRD PARTY. EDITORIAL USE ONLY. MANDATORY CREDIT - RTX2PBL9

Image: REUTERS

Mar Abad
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PLD Space trabaja en el desarrollo de cohetes reutilizables para que los vuelos al espacio sean mucho más baratos

En 2018 Arion 1 saldrá disparado hacia el espacio. El primer cohete de combustible líquido fabricado en España despegará desde Huelva en un viaje suborbital que lo devolverá quince minutos después a la tierra. El vuelo será emocionante. El trayecto del Arion 1 se medirá en latidos de corazón más que en segundos de cronómetro, porque, aunque el recorrido sea diminuto, la ambición es colosal.

Dos jóvenes de Elche llevan cinco años dejándose la piel en crear una nueva industria de transporte aeroespacial en España. Raúl Torres, de 29 años, y Raúl Verdú, de 28, montaron la empresa PLD Space para construir un cohete que pueda llevar pequeños satélites y experimentos científicos más allá de la estratosfera. «Estamos creando una tecnología de transporte al espacio. Es como si estuviéramos fabricando las furgonetas de SEUR, pero muchísimo más rápidas. Los cohetes pueden viajar a 25.000 kilómetros por hora», explica Torres.

El día que estos pequeños satélites circulen por encima de las nubes se producirán grandes avances en la investigación y en actividades como la agricultura, la minería o la cartografía.

Arion 1, el primer cohete que comercializará PLD Space, es un vehículo de ida y vuelta. En apenas tres minutos podrá alcanzar hasta 250 kilómetros sobre el suelo. Ahí permanecerá entre cinco y siete minutos, y después regresará a la tierra. Hará un vuelo suborbital. «Este tipo de cohetes se utilizan, sobre todo, para realizar estudios y probar nuevas tecnologías en condiciones espaciales. Vamos a comercializarlos para que las empresas y los centros de investigación puedan hacer experimentos en las condiciones reales que hay en el espacio y, además, les resultará tres veces más barato que hasta ahora», especifica Torres.

Allá arriba, en la termosfera, hay un campo de pruebas científicas muy valioso. Ahí reina la ingravidez y la radiación es más severa. Y los cohetes, mientras suben a todo meter y vibran como el tambor de centrifugado de una lavadora, hacen de conejillo de indias para los estudiosos de la tecnología espacial.

"Es la nueva revolución tecnológica. En los años 90 fue internet. Ahora es el espacio, los datos y la conectividad global gracias a los pequeños satélites" RAÚL TORRES

RAÚL TORRES.

Arion 2, un modelo posterior que prevén lanzar al espacio en 2020, realizará vuelos orbitales. Este cohete hará de carruaje para los satélites. Los llevará a su destino y ahí quedarán dando vueltas a la Tierra para cumplir su misión. «Es como enviar unos ojos ahí arriba», precisa el ingeniero aeronáutico. «Mandamos las cámaras de los satélites de nuestros clientes y se quedan en el espacio tomando imágenes o enviando información de lo que ocurre en la Tierra».

«Imagina, por ejemplo, que el Gobierno quiere saber el estado de las cosechas en Andalucía. Recoger esos datos con drones llevaría meses y siempre dependería de las condiciones climatológicas y de los pilotos que los manejan. En cambio, con estos satélites dando vueltas a la Tierra, en minutos tendríamos la imagen y, en un día, podríamos conseguir miles de imágenes más», continúa. «También pueden documentar la deforestación de un bosque o proporcionar telefonía móvil a los aviones o zonas despobladas. Incluso en caso de catástrofes naturales, como un terremoto, si se cae internet, estos satélites pueden proporcionar acceso a la Red. Es la nueva revolución tecnológica. En los años 90 fue internet. Ahora es el espacio, los datos y la conectividad global gracias a los pequeños satélites».

Los dos ingenieros de Elche llamaron Arion a estos dos cohetes por el fantástico caballo de pezuñas negras que adoraban en la mitología griega. Άρείων era el más fuerte, el más rápido y el más valiente entre todos los corceles. El lomo del primer Arion que trotará hacia el espacio también es negro. Mide 12 metros de alto por 64 centímetros de ancho.

Arion 2 duplicará su tamaño y sus propulsores. En su primera versión, a diferencia de los cohetes que desarrollan las compañías estadounidenses SpaceX (dirigida por Elon Musk) y Blue Origin (fundada por Jeff Bezos), regresará a la base en paracaídas y un parapente guiado por ordenador. Aunque esta modalidad de vuelta a casa es pasajera. La compañía trabaja ya en un nuevo sistema de aterrizaje con los motores encendidos.

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Los fundadores de PLD Space piensan que, aunque el espacio está sólo a un vistazo hacia arriba, en realidad, en un sentido práctico, para los humanos está aún a años luz. Esta lejanía en el siglo XXI les parece un anacronismo. Parece que no ha servido de mucho que hace medio siglo un hombre pegara la primera pisotada en la Luna y que una hartura de satélites anden dando vueltas por el globo. La industria del transporte espacial sigue teniendo unos costes tan astronómicos que no despega del suelo.

Por eso los dos veinteañeros se han marcado un reto: «Queremos hacer del espacio un lugar accesible», especifica Torres, CEO de la compañía, una tarde de verano en un descanso del encuentro de start-ups Menorca Millennials. «Estamos desarrollando un servicio para lanzar satélites. Son furgos espaciales que emplean una tecnología de transporte mucho más barata que la actual».

En este empeño de los ingenieros en acercar el cielo a la tierra, los ángeles no pintan nada. Es una cuestión de hacer miniaturas: «Tenemos la tecnología. Los cohetes son los mismos que los de hace 50 años. Lo que estamos haciendo es aplicar las técnicas actuales para reducir su tamaño», indica el cofundador. Pero, sobre todo, es un asunto de dinero: «La filosofía de PLD Space es reducir los costes actuales. Esto lo podemos conseguir reutilizando los cohetes, usando tecnologías más eficientes y disminuyendo el tamaño. Al ser más pequeños, el coste del lanzamiento es unas 20 veces menor».

Estos cohetes no son de usar y tirar. Y esto es revolucionario. Por el momento estos aparatos suelen estrellarse al regresar a la Tierra porque, durante el trayecto, consumen todo el combustible. Arion 1 y Arion 2 utilizarán un motor de combustible líquido. Así podrán hacer varios viajes y amortizar su coste. Es lo que ocurre con los aviones o los autobuses de línea. A ver quién podría comprar un billete a Honolulu, si esa nave fuera fabricada para un único trayecto. «El cohete volará al espacio, estará el tiempo necesario para desempeñar su función y regresará a la Tierra. A su vuelta, podrá recuperarse para ir otra vez al espacio», apunta Torres.

Una tecnología que permite usar un mismo cohete varias veces «cambia totalmente las reglas del juego», según Charles Miller. El presidente de la consultoría del espacio NexGen Space L.L.C. lo explicó así al New York Times: «la reutilización de cohetes supone una transición similar al paso que se produjo de navegar con velas a usar motores de vapor, o de andar a caballo a viajar en automóvil».

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En el Parque Científico de la Universidad Miguel Hernández, en Elche, podría estar cociéndose un hito en la historia de la ingeniería española. Torres y Verdú dicen que nunca antes una empresa de este país había acometido un desarrollo tecnológico similar. Tampoco ocurrió en Europa. Ninguna compañía 100% privada ha llevado a cabo un proyecto tan ambicioso.

PLD Space no sólo quiere llenar el cielo de una flota de esta especie denanofurgonetas. Los dos veinteañeros trabajan con un equipo que acaba de contratar a su décimo empleado para establecer las bases de una nueva industria de mensajería espacial que crezca y se asiente en España. «Queremos generar una nueva industria de lanzadores y ser el aglutinante del tejido de la industria aeroespacial española. Esto ayudaría a retener el talento y evitar las fugas de profesionales que se producen hoy», asegura Torres. «Todos mis compañeros de la universidad se han ido a trabajar a otros países. Lo que intentamos nosotros es invertir esta tendencia y atraer buenos profesionales. Hablamos de un proyecto total de 25 millones de euros para crear una nueva industria».

Los fundadores de PLD Space cuentan que han tenido varias ofertas de empresas de Estados Unidos y Europa, pero las han rechazado. «Pensamos que la oportunidad está en España. Queremos quedarnos aquí para que la financiación de este negocio revierta en nuestro país».

Raúl Torres mira a lo lejos. Habla de Elon Musk, el visionario que, a principios de siglo, decidió que ya era hora de sacar del letargo a una industria espacial que llevaba cincuenta años estancada. El sudafricano pensaba que los costes desorbitados de las naves habían pisado el freno de esta industria. Él la haría arrancar de nuevo. En 2002 fundó SpaceX, una fábrica de cohetes en medio de Los Ángeles, con la intención de revolucionar el negocio.

"La reutilización de cohetes supone una transición similar al paso de andar a caballo a viajar en automóvil" CHARLES MILLER.

CHARLES MILLER.

Musk se propuso aplicar las estrategias empresariales que aprendió en Silicon Valley, cuando cofundó PayPal, para reducir sobrecostes y maximizar rendimientos. El primer día de trabajo comunicó su intención al equipo de ingenieros: SpaceX tenía la misión de convertirse en ‘la Southwest Airlines del espacio’ (la aerolínea de bajo coste que transporta más pasajeros en EEUU).

Este emprendedor que va abriendo camino por terrenos inexplorados es una de las figuras que guían e inspiran a Raúl Torres. Musk está detrás del despegue de las industrias de los coches eléctricos, con Tesla Motors; la energía solar, con SolarCity; y el transporte espacial, con SpaceX.

«Nadie creyó en él. Lo tomaron por loco, pero ahora todo el mundo pondría dinero en sus negocios, por muy locos que fuesen», precisa Torres.

—¿Cree que estoy loco? —preguntó Musk a Ashlee Vance, el autor de la biografíaElon Musk, el empresario que anticipa el futuro, en una marisquería de Silicon Valley.

Era una cuestión que, según el periodista, Musk se dirigía a sí mismo. Vance, que en ese momento apenas conocía al sudafricano, no contestó. Se quedó sin habla, según cuenta en su libro. A Raúl Torres no le hubiese ocurrido lo mismo. El alicantino hubiese negado cualquier atisbo de locura. «Siempre ocurre igual. Cuando quieres hacer algo diferente, eres el patito feo». Sin embargo, hoy, Torres se siente satisfecho, como el que se apoya en el dicho de que el tiempo acaba poniendo las cosas en su sitio. «Recuerdo que, al principio, muchos pensaban que nuestra idea era loca. Hoy las grandes compañías aeroespaciales no lo creen así. Estamos negociando con algunas porque quieren invertir capital, involucrarse en el desarrollo de la tecnología y ayudarnos en nuestro plan de comercialización de mensajería espacial. Los primeros inversores empiezan a ver la magnitud del proyecto, aunque al principio pareciera una ‘simple locura’».

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En 2002, mientras Elon Musk fundaba la empresa de transporte aeroespacial SpaceX con la intención de hacer el cielo más barato, Raúl Torres empezaba a «cacharrear» en el garaje de su casa con cables, motores y dispositivos despedazados. Al ilicitano, que entonces tenía 15 años, le gustaba crear bólidos con proyección al espacio exterior. Decía que quería construir «algo que corría más que un coche de carreras» y cuando pensaba que tenía algo que podía despegar del suelo, llamaba a su padre y se iban juntos a algún lugar remoto del campo.

—Vamos a probar una cosa —anunciaba a su padre—. Pero no te preocupes. No va a pasar nada. De verdad.

Puede que algunos vieran al chaval con el mismo escepticismo que Filemón miraba al Doctor Bacterio, pero, al final, quedó claro que el adolescente sabía lo que hacía. Hoy no hay ningún petardazo que anotar en la trayectoria experimental de Raúl Torres.

En la universidad, primero, optó por biología. Le interesaba mucho la astrobiología, porque, según dice, «el universo está lleno de vida. Hay que salir al espacio a ver qué hay». Era algo que le obsesionó desde su infancia. «Cuando era pequeño pensaba en los cohetes. Siempre he querido ser partícipe de la exploración espacial y para eso necesitamos cohetes. No hay otra manera de ganar a las leyes de Newton».

Después estudió ingeniería aeronáutica y, durante su formación, hizo unas prácticas de trabajo en el Centro de Astrobiología de España, asociado a la NASA. «Lo mío no era quedarme en la Tierra. Tenía que salir».

En 2009 conoció al ingeniero industrial Raúl Verdú y empezaron a «cacharrear» juntos. Todo su dinero acabó en decenas de ferreterías y pequeñas empresas de fabricación pero, al final, dieron con el bólido. «Construimos uno de los motores cohete más potentes desarrollados en España por un civil», apunta Torres. «Ya no teníamos más presupuesto. Todo procedía de nuestra paga semanal. Pero conseguimos financiación de un grupo de comerciantes de Elche. A la vez desarrollamos un pequeño cohete y realizamos unas pruebas de lanzamiento en el desierto de Almería. Funcionó muy bien, pero para dar el siguiente paso, construir un cohete mucho más grande, necesitábamos mucha más financiación».

Cuatro personas habían logrado algo único en Europa y, además, contaban con el visto bueno de la Agencia Espacial Europea.

En 2010 ganaron el concurso 49K de la Universidad Politécnica de Valencia al proyecto empresarial más innovador y el mejor plan de negocio. Con la dotación económica, 49.000 euros, constituyeron PLD Space. «No había, ni hay todavía, cohetes para ese segmento de mercado», indica Torres.

Dos años más tarde un documento de 500 páginas que entregaron en el Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI) acabaría convirtiéndose en una inyección de 180.000 euros. El gobierno español aprobó su proyecto para financiar las instalaciones donde probarían los motores cohete y construirían el primer cohete de combustible líquido de este país.

Bien peinados y con sus documentos bajo el brazo, siguieron saliendo en busca de inversores. En 2013 cerraron una ronda de inversión de un millón de euros y, a los dos meses, contrataron a su primer empleado.

En junio de 2015 PLD Space probó la primera versión del motor cohete en las instalaciones del aeropuerto de Teruel. En sólo dos años desarrollaron esta tecnología y montaron las instalaciones para hacer el test. Todo funcionó a la perfección. Cuatro personas lograron algo único en Europa y, además, contaban con el visto bueno de la Agencia Espacial Europea. El aparato cumplía las expectativas y reunía todos los requisitos exigidos por el gobierno. Los ingenieros del organismo europeo quedaron atónitos. Nunca habían visto nada parecido. Nada que pudiera volar tan alto creado por tan pocas manos y tan poco dinero.

—¿Quién ha construido este cohete? —preguntaron.

—Nosotros —contestaron los dos veinteañeros.

—Pero ¿quién lo ha fabricado?

—Nosotros.

—¿Lo habéis hecho sólo vosotros?

—Sí. Nosotros dos.

—… ¿? … ¿Qué estudiasteis? —el asombro se alargó durante muchas preguntas más.

La pasada primavera los astros volvieron a alinearse a favor de los dos Raúles. CDTI les aprobó un nuevo proyecto de 1,4 millones de euros llamado Tecnología Española de Propulsión Reutilizable Espacial para Lanzadores (TEPREL). Esto les ayudó a que hoy ya esté pagado el 50% de Arion 1. La otra mitad está pendiente de rondas de inversión y negociaciones con fondos de inversión, particulares con bolsillos profundos y gigantes de la aeronáutica.

El despegue de esta nueva industria de transporte aeroespacial en España ronda los 25 millones de euros. En esa cifra van los dos modelos de cohetes y los primeros viajes comerciales. Ese día PLD Space habrá desarrollado el primer cohete con propulsión líquida totalmente privado de la historia de Europa. Y entonces el espacio estará más cerca. O, al menos, enviar satélites o mercancías al reino de los cielos, allá donde Dios pone orden al mundo, será más barato.

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