El futuro del progreso económico

Europa: ¿Quién se beneficia del crecimiento económico, la mayoría o unos pocos?

La mejor manera de invertir en el capital humano de un país o región es a través de la equidad social.

Image: REUTERS/Regis Duvignau

Jean-Paul Fitoussi
Professor Emeritus of Economics, Sciences-Po
Khalid Malik
UNDP Director, Human Development Report Office
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El futuro del progreso económico

El mismo tipo de descontento populista que dio impulso al Brexit en el Reino Unido está avanzando en toda Europa, lo que sugiere que las autoridades han perdido de vista el objetivo central del proyecto europeo: asegurar el bienestar de todos los europeos. Como lo expresara el primer Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas en 1990: “Las personas son la verdadera riqueza de una nación”.

La mejor manera de invertir en el capital humano de un país o región es a través de la equidad social. En su magistral La idea de la justicia, Amartya Sen concluye que para alcanzar una verdadera equidad social no se requiere un trato igualitario para todos, sino más bien un trato no igualitario que favorezca a los pobres y a los desfavorecidos. La mera equidad en las finanzas públicas o ante la ley no basta si no consideramos también los diferentes puntos de partida de las personas y grupos en la sociedad. Reconociendo este punto, los sucesivos informes de la ONU desde 1990 han recalcado que tanto las economías como las sociedades son más sólidas cuando las políticas públicas ponen el bienestar de la gente en primer lugar.

Sin embargo, esta perspectiva todavía no ha arraigado en la elite de formulación de políticas de la UE, donde economistas y políticos bienintencionados a menudo creen estar haciendo lo correcto al equilibrar presupuestos y poner límites al gasto, por lo general mediante recortes a la sanidad, la educación y la infraestructura. Con poca evidencia empírica, creen que si hoy se es prudente en lo fiscal se logrará una economía más sólida mañana.

Esta es la mentalidad que subyace a las actuales combinaciones de políticas en Europa, donde conviven la austeridad fiscal con la “reforma estructural”, lo que significa menos gasto en seguridad social y menos normas de protección a los trabajadores. Obviamente, los pobres y la clase media cargan con el mayor peso de estos costes.

Pero este enfoque plantea varios otros problemas. Cuando el economista de la Universidad de Oxford Tony Atkinson examinó el desempeño económico del Reino Unido desde el punto de vista de la desigualdad, los años 80, que en general se consideraban una década sólida en términos de crecimiento, parecían mucho peores, mientras que los 90, considerados una década de bajo crecimiento, lucían bastante mejor.

Lo que encontró Atkinson apuntan a una pregunta central: ¿quién se beneficia del crecimiento, la mayoría o unos pocos? Si se puede decir que una economía crece cuando una pequeña minoría recibe gran parte de lo que se gana mientras que el resto sigue igual o empeora, el concepto de crecimiento económico pierde gran parte de su significado.

Esto lleva a un segundo problema con el paradigma predominante: los indicadores económicos abstractos quedan por delante de las personas de carne y hueso. Puesto que el producto interno bruto es el indicador de preferencia para medir el valor de una economía, se pasan por alto muchos factores que contribuyen al bienestar humano, y el gasto en necesidades fundamentales, como la salud y la educación, acaba viéndose como un gasto más que como una inversión esencial.

Si las autoridades vieran ese gasto como inversión, podrían comenzar a pensar en cómo generar el máximo de retornos. Como con todas las inversiones en capital fijo o humano, puede que estos vayan disminuyendo a medida que se sube de nivel. Así, en lugar de canalizar los beneficios económicos a los ricos y suponer que se “derramarán”, les convendría evaluar si invertir en oportunidades para los pobres en realidad contribuye al crecimiento económico. En los Estados Unidos, la Ley de Reajuste para Militares fue un éxito porque proporcionaba formación a quienes la necesitaran, permitiendo el reingreso de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial a la economía productiva y creando una fuerza laboral más educada que dio pie a un periodo de crecimiento salarial para la mayoría de los estadounidenses.

Un tercer problema del enfoque actual es que su objetivo central no es el pleno empleo. Es tiempo de volver a las políticas macroeconómicas de los años 50 y 60, que reconocían los beneficios del pleno empleo al fomentar la estabilidad social y un crecimiento sostenible. Como demuestra el modelo nórdico, un alto nivel de empleo es beneficioso para la economía porque asegura que se reciban ingresos tributarios adecuados para financiar altos niveles de inversión, lo que crea un círculo virtuoso.

Por el contrario, hoy muchos países europeos están sumidos en un círculo vicioso en que las políticas de austeridad empeoran el problema del desempleo juvenil, lo que no sólo es innecesario sino que también arriesga a crear una generación mal preparada para conducir el crecimiento futuro. Como señalara John Maynard Keynes en 1937: “El auge, no la recesión, es el mejor momento para la austeridad en el Tesoro”. En la recesión actual, los países europeos deberían estar invirtiendo en su capital humano para estimular el crecimiento potencial de sus economías.

El cuarto problema es que las políticas fiscales de los países europeos no ponen énfasis en la creatividad y la innovación, que se benefician no sólo con un entorno normativo propicio, sino también de una infraestructura y educación de alta calidad. Es necesario que los gobiernos reduzcan las trabas burocráticas para que los emprendedores asuman más riesgos. Pero las compañías innovadoras de la talla de Apple, Facebook y Twitter también dependen de gente que haya tenido acceso a sistemas educacionales bien financiados. Y si bien en Europa existe un creciente sector de “tech for good” (transformación digital de los servicios), sólo funcionará si tiene el apoyo de una infraestructura al día, lo que suele requerir inversión pública.

Las autoridades de Europa (y otros países) tienen que ajustar su mentalidad (en particular en lo fiscal) para priorizar a las personas. Los gobiernos que se proponen como objetivo central el máximo bienestar humano acaban no sólo estimulando un mayor crecimiento económico, sino también fomentando un panorama político más equilibrado.

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