¿Las malas noticias para el oro son buenas noticias para la economía mundial?

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En principio, adquirir y guardar oro es una forma de asegurarse frente a la guerra, el Apocalipsis financiero y la completa devaluación de las monedas. Desde el inicio de la crisis financiera global, a menudo se ha visto el precio del oro como un barómetro de la inseguridad económica mundial. ¿Significa entonces el colapso de sus precios (desde un pico de $1.900 por onza en agosto de 2011 a cerca de $1.250 a comienzos de julio de 2013) un voto de confianza en la economía global?

Decir que el mercado del oro muestra todas las características básicas de una burbuja que finalmente acaba por estallar es simplificar demasiado las cosas. No hay dudas de que el constante ascenso de su valor, desde cerca de $350 la onza en julio de 2003, hizo agua la boca de los inversionistas. Y si sigue aumentando, sería porque todos se han convencido de que mañana va a subir todavía más.

Doctores y dentistas comenzaron a vender acciones y comprar monedas de oro. La demanda de joyas de oro en India y China se fue a las nubes. Los bancos centrales de mercados emergentes diversificaron sus carteras, reduciendo los dólares y aumentando el oro.

Comprar oro tenía varios atractivos. Hace diez años, se vendía muy por debajo de su promedio de largo plazo ajustado a la inflación, y la integración de tres mil millones de ciudadanos de mercados emergentes a la economía global no podía más que significar un gran y gigantesco impulso a la demanda.

Por cierto, ese aspecto de la historia sigue siendo válido. La crisis financiera global elevó el atractivo del oro, al principio debido a temores de que se produjese una segunda Gran Depresión. Más adelante, algunos inversionistas temieron que los gobiernos dieran rienda suelta a la inflación para aliviar la carga de una deuda pública en aumento y hacer frente al persistente desempleo.

A medida que los bancos centrales llevaban sus tipos de interés prácticamente a cero, a nadie le importaba que el oro no ofreciera intereses, por lo que es un sinsentido decir que el aumento del precio del oro fuera una gran burbuja. Pero también es cierto que, a medida que aumentaba, cada vez más inversionistas ingenuos fueron tratando de entrar en ella.

Por supuesto, en los últimos tiempos los fundamentales se han invertido en cierta medida y más todavía el frenesí especulativo. La economía de China sigue suavizando su ritmo de crecimiento y la de India ha descendido fuertemente con respecto a hace algunos años. Por contraste, a pesar de la mala decisión de supuso dejar que se activaran los recortes automáticos, la economía de EE.UU. parece estar recuperándose poco a poco. Las tasas de intereses globales se han elevado 100 puntos base desde que la Reserva Federal de Estados Unidos comenzara a sugerir –de manera bastante prematura, en mi opinión,- que iría reduciendo su política de flexibilización cuantitativa.

Puesto que la Fed no hace más que subrayar su fuerte voluntad de impedir la inflación, es más difícil argumentar que los inversionistas necesitan recurrir al oro como protección ante una alta inflación. Y, mientras los doctores y dentistas que compraban monedas de oro hace dos años y hoy se deshacen de ellas, no está claro todavía dónde se ha de detener la espiral descendente. Algunos hablan de la barrera de los $1.000, psicológicamente atractiva.

De hecho, los argumentos a favor o en contra el oro no han cambiado demasiado desde 2010, la última vez que había escrito sobre el tema. En octubre de ese año el precio del oro -por excelencia, el recurso especulativo impulsado por la fe- iba en ascenso, habiendo justo llegado a los $1.300. Pero la razón principal para conservarlo no era, como hoy tampoco, de tipo especulativo. Más bien, se trataba de una protección. Si uno es un inversionista de alto patrimonio neto, o un fondo soberano, es completamente lógico que una parte de sus recursos esté en oro como protección ante eventuales acontecimientos extremos.

Conservar oro también tiene sentido en hogares pobres y países de ingresos medios, como China e India, que limitan de manera importante el acceso a otras inversiones financieras. Para la mayoría de los demás, el oro no es más que otra apuesta que se puede hacer… y, como en toda apuesta, no necesariamente una que se acabe por ganar.

A menos que los gobiernos fijen con claridad el precio del oro como lo hacían antes de la Primera Guerra Mundial, su mercado será necesariamente riesgoso y volátil. En un estudio publicado en enero, los economistas Claude Erb y Campbell Harvey consideraron varios posibles modelos de precios fundamentales del oro y descubrieron que, como mucho, el oro está vinculado sin gran solidez a cualquiera de ellos. Por el contrario, suele subir o bajar mucho con respecto a su valor fundamental de largo plazo, por periodos prolongados. (Comportamiento no muy distinto al de muchos otros recursos financieros, como los tipos de interés o los precios de las acciones, aunque los vaivenes del precio del oro pueden ser todavía más extremos.)

A veces los eruditos en el tema del oro citan información histórica que sugiere que el valor de largo plazo del metal dorado se ha mantenido estable a lo largo de los milenios. Por ejemplo, el estudio publicado por Stephen Harmston en 1998 y citado tan a menudo desde entonces, apunta a evidencia anecdótica de que con una onza de oro se compraban 350 hogazas de pan en tiempos de Nabucodonosor, rey de Babilonia que falleció en 562 A.C. Incluso si pasamos por alto el hecho de que probablemente el pan babilónico haya sido más sano que los productos refinados de hoy en día, el precio del oro hoy en día no es tan diferente, equivaliendo quizás a unas 600 hogazas de pan.

Por supuesto, no contamos con información anual de los precios del oro en Babilonia y solo podemos suponer, considerando las guerras y otras incertidumbres, que en ese entonces, y al igual que hoy, eran bastante volátiles.

Así que la reciente caída de los precios del oro no ha cambiado realmente las razones para invertir en este metal de un modo u otro. Sí, es cierto que los precios podrían descender muy por debajo de los $1.000, pero también podrían subir. Mientras tanto, las autoridades deberían tener cautela a la hora de interpretar la baja de los precios del oro como un voto de confianza en sus políticas.

Las opiniones expresadas aquí son las del autor y no necesariamente las del Foro Económico Mundial. Publicado en colaboración con Project Syndicate.

Author: Kenneth Rogoff, ex economista en jefe del FMI, es Profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard.

Imagen: REUTERS/Petr Josek

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Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no del Foro Económico Mundial.

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